“No tengo empleo, estoy ¡en paro!” Una afirmación falaz

La falta de empleo ya no se considera solamente una circunstancia a la que está sujeta toda persona que brinda sus servicios a otra. Tampoco un fenómeno económico. Ahora es un drama que marca la vida de la gente y deja huellas, muchas veces irreversibles, en el ser.

Hay un cambio sobrecogedor en la valoración de las cosas. Cada vez más gente considera que tiene valor en cuanto tiene un empleo.

El empleo se ha convertido en una forma de medir el sentido de la vida.

Ella toma uno u otro rumbo en función de las particularidades del empleo de turno. Y en su caso, deja de tener sentido en cuanto aquel no existe.

La “biografía” de la gente es una función de los empleos que ha desempeñado, y se valora de acuerdo a la importancia que cada uno de ellos ha tenido. La “hoja de vida” está compuesta, principalmente, por la historia laboral.

Y no es que alguien hubiese impuesto esta forma de ver las cosas. Ella emerge de las propias personas que deciden que sea así. Luego responsabilizan al sistema, a otras personas o a la vida por los infortunios que pasan.

Esto no quiere decir que los Sistemas de Gobierno estén exentos de responsabilidad, o que la vida sea un “lecho de rosas”.

Transitar las coyunturas y eventualidades de la existencia no es sencillo, y efectivamente los Sistemas de Gobierno son malos en muchos aspectos. Sin embargo, partir de estas conclusiones para justificar una vida llena de pena y frustración por “no tener empleo” es un despropósito descomunal.

¡El empleo no determina de ninguna manera el valor de una persona!

El desempeño laboral no lo califica para la vida. El empleo (si existiese) es una consecuencia del valor de una persona. Un efecto de la capacidad de aportar algo para otros.

El empleo no es un punto de partida, es uno al que eventualmente se llega como consecuencia que “alguien” hace uso justo de lo que vale una persona en términos de conocimientos, aptitudes, habilidades o lo que fuese.

Las personas tienen valor específico antes de (eventualmente) tener un empleo, mientras lo están ejerciendo y después que ya no lo poseen.

Entender que la vida no llama a sus criaturas solamente para que constituyan una enorme fuerza de trabajo y luego descansen en paz, no es sólo un imperativo moral, es una demanda existencial.

  • Ya tiene buen tamaño ésa costumbre inapropiada de educar a los niños con el objetivo de que puedan conseguir un buen empleo y a partir de él planifiquen un retiro “garantizado” en la vejez.
  • Duró suficiente el criterio de planificar cada gramo del esfuerzo familiar para que los jóvenes puedan acceder a un “título” que aumente sus posibilidades de emplearse.
  • Afecta la sana vergüenza que el mundo mire con un lente generoso a quién tiene un empleo y con otro menos piadoso al que no lo tiene, al que lo perdió o al que nunca lo quiso.

¿Qué tipo de interpretación busca el hecho de presentarse ante los demás como una persona “en paro”? ¿Qué quiere decir esto?

Si pudiese entenderse como un mensaje político al Poder, probablemente lastimaría menos, aunque igualmente resultaría poco útil. Pero si quiere expresar una cualidad del “estar” y “ser” de la persona, es simplemente un desacierto.

Nadie puede calificarse “en paro” solamente porque (en un determinado momento), esté desempleado.

“En paro” están las personas que carecen de vida, porque sencillamente ya no pueden hacer nada.

Por otra parte, ¿cómo puede evaluarse la historia de quién consigue un empleo después de haber estado mucho tiempo “en paro” y lo festeja como si hubiera salvado su vida? ¿Qué valor puede asignarse a quién convierte en objetivo de vida el conseguir un empleo?

No se trata de desmerecer a nadie, todo lo contrario. Cada persona vale mucho más, en su infinito universo de potencialidades, que un empleo.  Y la vida es inconmensurablemente mayor a la labor que uno desempeña.

Todo ser humano es irrepetible e incomparable. Cada quién está dotado de dones, aptitudes y habilidades que no poseen sus semejantes.

Y en el hecho de reconocerlas, cultivarlas y desarrollarlas, se encuentra el valor que puede darse a sí mismo y a los demás. Aquí el orden es de vital importancia. Porque el valor de cada persona debe primero beneficiarla a ella misma, y luego, como un efecto de abundancia, ser de beneficio para otros.

Quién no se sienta una persona valiosa y experimente eso en su propia vida, poco tiene por ofrecer a su entorno. Esto nada tiene que ver con “oficios o conocimientos especiales”. La idea del valor de una persona trasciende actividades específicas. Un heladero que “aprecia y precia” su oficio en términos de excelencia, es más valioso que un doctor en Economía que hizo las cosas “correctas”.

El valor parte de “apreciar” lo que se es, lo que se tiene y lo que se hace. Y en función de ello otorgarle un “precio”.

La persona que “aprecia y precia” lo que tiene, luego podrá ser juzgada en esos mismos términos por los demás. Quienes esperan que el aprecio y el “precio” sean asignados por otros, se someten directamente al parámetro ajeno.

Esta es la historia de muchos empleados que esencialmente poseen el valor que les asignan los empleadores.

Para la persona que identifica y cultiva su valor, el empleo es una opción, no es el fin de la historia.

Es además, una opción entre un conjunto vasto de posibilidades. Es finalmente, una opción que compite con mucho esfuerzo. Y esto por una explicación sencilla: quien desarrolla su valor lo tiene en alta estima, y pocas veces consigue que un tercero lo “precie” en la misma dimensión.

El empleo representa también un importante sacrificio de libertad, y esto es algo caro para quien valora su capacidad y aporte.

Finalmente, el empleo agrega valor a objetivos ajenos. Y la persona consciente de su propia valía no siempre coincide con ello.

Por otra parte, la persona segura de su valor y que decide tomar un empleo como vía de desarrollo personal y profesional, es casi siempre un excelente empleado. Porque aporta de lo que ES más allá de aquello que se le exige. Trabaja con la tranquilidad de quién está prestando un servicio que se “aprecia”, y no algo en lo que se juega la vida.

Con la valía personal sucede algo parecido al amor propio. Pues nada sabe de amor quién primero no se ama a sí mismo y  nada de valor aporta quién primero no está consciente del suyo propio.

Tampoco tiene sentido asociar empleo con trabajo, como dando a entender que trabaja sólo quién tiene un empleo.

Esto no es cierto.

Porque en realidad trabaja quién aporta algo. Y esto no sólo sucede en el universo del empleo. Quien no tiene un empleo, no por ello puede decir “que no está trabajando”, en cuanto esté haciendo algún aporte o realizando el valor que tiene.

Por muchos años la mujer estuvo clasificada como persona de “segunda categoría” solo porque su trabajo se desarrollaba en el hogar. Y el hombre de la casa era quién merecía el reconocimiento porque “mantenía” la familia. Este tipo de culto al empleo y su asociación al trabajo es una falacia.

Otro error es vincular el “trabajo duro”, intenso y sin pausa, a responsabilidad y virtud. No existe ninguna relación entre la productividad y el “sudor de la frente”. No es mejor trabajador quién más se sacrifica o más tiempo le dedica a la labor.

¡Mejor trabaja quién mayores resultados obtiene con el menor esfuerzo!

Y esto también tiene relación estrecha con el valor de la persona y el aporte que otorga con su trabajo. Este otro culto a la “jornada de trabajo” definida por un número de horas laborables y la directriz de ciertas normas, es un argumento falso y juicio equívoco.

El aporte de calidad es multiforme y esencialmente atemporal. Porque está estrictamente sujeto al carácter de su valor. Una hora de trabajo de un cirujano cardiaco vale tanto como 1000 horas de trabajo de 10 estibadores en un muelle. Y probablemente valga menos que la decisión que en 3 minutos toma el general de un ejército en batalla. No existen parámetros para calificar el trabajo sin la consideración estricta del valor que tiene cada uno de ellos en cierto contexto.

El empleo en sí no es un “sustento de vida”. El valor del conocimiento, las aptitudes, las destrezas y la experiencia de las personas lo son.

La capacidad de producción es mucho más importante que la “tierra, el capital o el trabajo”. Los empleos son transitorios, las experiencias empresariales o los contratos de trabajo también. Pero la capacidad de producción acompaña a la persona todo el viaje y por cada estación que toca.

La capacidad de producción no puede conducir únicamente a un empleo, puede llevar incluso a generarlo, en cuyo caso se está trabajando en un estadio superior.

Triste es el caso de ésas sociedades que han hecho del culto al empleo un parámetro de evaluación de la prosperidad y bienestar de la gente.

Porque en los ciclos habituales (y normales) de contracción económica, provocan frustración y desasosiego. Y se echan encima a las propias criaturas que han ayudado a formar. Porque la persona que pierde el empleo o que finalmente se considera “en paro”, responsabiliza de todos sus pesares a ésa sociedad que la introdujo en la dinámica. Sociedades frágiles, naciones débiles, poco productivas y de bajo nivel competitivo.

Cuando las sociedades cambien la tradicional pregunta de “¿dónde trabajas?” por la más acertada de “¿a qué te dedicas ”, cuando a las personas no se les ocurra decir “estoy en paro” porque eventualmente no estén empleadas, y cuando ellas mismas finalmente comprendan que lo único seguro de un empleo es que un día terminará, se vislumbrará una sociedad sustentada en el valor de su gente y su capacidad de producción.

En todo esto no corresponde esperar que sea el sistema el que cambie. La persona debe transformar su concepción de las cosas, nada lo priva de ello. Finalmente es también una muestra de comodidad transitar por la vida con una mochila de “cuentas por cobrar”.

La historia muestra la magnífica capacidad del hombre para modelar su destino, aún en las condiciones más desfavorables.

Si existieron personas que sobrevivieron íntegros a campos de concentración, guerras destructivas, hambre y enfermedad, es poco de sensato que alguno condicione negativamente la calidad de su vida por un empleo.

¡El hombre no es lo que le pasa! Y el tributo final que cada quién tendrá cuando deje este mundo no podrá resumirse en un “aquí yace alguien a quien jamás le faltó un empleo”.

Si se forma parte de la especie que conquistó los fenómenos naturales, dominó la tierra y los mares, explora el espacio y discierne los misterios que lo acechan, entonces se es capaz de extraer de la vida las cosas que valen la pena y no someterse a los caprichos del destino.

Por las venas de ésos grandes hombres circuló la misma sangre que hay en todos. Estuvieron sujetos a iguales o peores condiciones.

Una sola cosa los distingue: LA ACTITUD.

Éste es el activo más precioso. El que diferencia unos hombres de otros. Su ausencia es la que determina que alguien se clasifique “en paro” y su presencia la que permite que otro construya un imperio con los limones que le arroja la vida.

Temática abordada en el libro: “9 Realidades sobre el Empleo que todo Emprendedor debe conocer”

Twitter: @NavaCondarco

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