Afán no es igual a eficiencia, diligencia o competitividad

Toda definición de Afán se acerca a la siguiente: “deseo ferviente que se experimenta con respecto de alguien o de algo. Actitud de entrega a alguien o a cierta actividad con TODO interés. Trabajo excesivo, solícito, congojoso”.

Existen muchas personas que desarrollan su vida al amparo de lo que establecen estas definiciones. Con deseos fervientes en su vida personal y profesional. Completamente entregadas a ciertas actividades y siempre trabajando en exceso. Al límite. Invirtiendo todo en el empeño.

Son las personas “afanadas”:

  • Están en constante movimiento, son inquietas e intranquilas.
  • Son intensas.
  • Tienen algo (o mucho) de perfeccionistas y obsesivas.
  • Se enfocan notablemente en aquello que hacen (y olvidan lo demás).
  • Rapidez y agilidad son sus palabras favoritas.
  • Se consideran personas “directas” y prácticas.
  • Creen que el resto no lo es.
  • Difícilmente admiten estar equivocadas.
  • Propenden a la evaluación crítica y juicio sobre los demás.
  • Se consideran muy eficientes.
  • Pocas veces admiten que exista alguna tarea difícil de cumplir.
  • El desafío constituye su combustible motivacional.
  • Algunos les consideran “hiperactivos”.
  • Admiten que viven “a mil”.

Son personas fascinantes. Constituyen prospectos protagónicos de organizaciones que buscan talento para sus cuadros de trabajo, aunque no siempre sea sencillo convivir con ellas.

Eventualmente, el Afán convierte a las personas en “antorchas” de luz y energía. Son dínamos que generan fuerza y acción.

Se asocia con frecuencia Afán con interés y responsabilidad. Por eso se reconoce y valora a la persona afanada, se aprecia su pasión. Y muchos consideran que son los individuos que mueven el mundo.

Y todo esto es así, ¿o no?

¡Pues NO!

Para que las actividades en el trabajo y la vida alcancen buen puerto, el Afán no ayuda. Con él se cumple el dicho de: “no por madrugar amanece más temprano”.

El Afán demanda importantes dosis de energía que habitualmente enfoca en el tratamiento de cosas específicas. La persona afanada pierde, casi siempre, la visión periférica y de la situación en su conjunto. Consume rápidamente energía que debería destinarse a otros procesos. Especialmente los analíticos y reflexivos.

El ser humano no tiene reservorios inagotables de energía. Y la persona afanada utiliza rápido la disponible, igual que una “antorcha” cuando quema su combustible para dar luz. Por lo tanto, carece de energía cuando debe prestar atención a lo que se encuentra “fuera de su foco” de acción.

Las personas afanadas no tienen la misma actitud impetuosa para todas las cosas que hacen. No pueden sostener el ritmo en todo. Prestan poca atención a muchas cosas y su efectividad final no es buena. No tienen el resultado que podría esperarse de una persona “diligente y ágil”.

Y es que el Afán vende precisamente ésa imagen: interés, diligencia, iniciativa, agilidad, pero su intensidad concluye por castigarla. Algo similar sucedería con un atleta que debe correr una prueba de 10.000 metros planos y la inicia con el ritmo de una de 1000.

La vida es una carrera de fondo, una prueba de resistencia, pero el hombre con afán la enfrenta como una prueba de velocidad.

El Afán no es sustento de diligencia, mucho menos de “interés” por algo. Diligente es una persona “pronta”, presta y ligera en su accionar general, no solo en aquello que despierta su Afán. Por otra parte, interés no es sinónimo de aflicción o urgencia.

Es cierto que en la dinámica moderna la persona afanada aparece muy coherente con el entorno. Hoy se vive a un ritmo que enfermaría al hombre de hace 100 años atrás. Pero una cosa es la dinámica de la vida y otra la que puede sostener un ser humano.

Como entidad biológica, el hombre es el mismo que hace 100, 300 o 3000 años. Su organismo, su capacidad de producción y uso de energía no ha cambiado. Por lo tanto, no es inteligente tratar de “sintonizar” la dinámica del entorno activando el Afán como respuesta.

A esa persona que le gusta “chasquear” los dedos para señalar urgencia, que siente orgullo de “funcionar a mil” o ser una “torrentera” de energía, conviene hacerle recuerdo que la prueba es larga yla fiesta no termina con el primer baile.

No es un defecto ser parsimonioso, reflexivo o sosegado. Nada de esto tiene relación con irresponsabilidad o pereza.

Son maneras de actuar sobre el entorno imponiendo condiciones en lugar de someterse a ellas. O bien es el hombre una víctima de sus circunstancias o quien las crea, define y ajusta a sus intereses. Es preciso tener una actitud sosegada para actuar en un entorno dinámico y caótico. Ésta es la forma de otorgar espacio a la reflexión, al análisis y la contemplación.

Las capacidades del cerebro son hoy más importantes que hace 100 años. La tecnológía ha sustituído casi tosas las habilidades manuales. Sin capacidad intelectual el hombre no tiene posibilidad de sostener un buen perfil competitivo. Y el intelecto funciona con reflexión y contemplación, ellas son como el “embrague y el freno” en un automóvil: le permiten ajustarse a las condiciones del camino. La reflexión y el análisis son elementos “reguladores” de la dinámica externa.

El Afán condiciona a la persona a manejar su vida como lo haría con un automóvil sin embrague ni freno.

Por último, cuando la reflexión y el sano análisis prevalecen, activan la imaginación, la inventiva y creatividad. Y estos son los factores que cambian y condicionan estados futuros.

Pocas personas “afanadas” se encuentran entre las que cambiaron el mundo.

Retomando el ejemplo del atleta que debe cumplir la prueba de los 10.000 metros planos, es lógico suponer que tendrá que hacerlo a buen ritmo, regulando la velocidad y optimizando su tiempo. El hecho que no encare la prueba como lo haría quien corre 1000 metros no significa que la cumplirá “caminando”.

La dinámica moderna confunde al hombre sereno y calmo con uno desinteresado. No se da cuenta que la reflexión en realidad “reprime y contiene” muchas reacciones naturales para hacer prevalecer su propio estado.

En tanto que el “afanado” sostiene un ritmo impuesto por el entorno, la persona reflexiva “transforma” los estímulos externos y los suyos propios para procesar eventos y circunstancias. Desarrolla autodominio y entereza.

Cuando el hombre se propone alcanzar dominio propio, paciencia y templanza se sumerge en las profundidades de su ser. Se conoce, se transforma y crece. Coquetea con la paz, y aunque muchas veces no la conquista, le extrae lo suficiente para aspirar a la alegría y el contento. Y esto es mucho más de lo que el Afán permite extraerle a la vida.

Entre todas las cosas que el Afán se plantea, hay una que no consigue para el hombre: la posibilidad de ser dueño de sí mismo.

Twitter: @NavaCondarco

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