¡Cometa errores por favor! Deje atrás sus prejuicios

El miedo a cometer errores es un poco el miedo a la vida misma.

Como no se puede conocer el futuro, nadie está seguro de las consecuencias que pueden tener acciones o decisiones que se tomen en el presente. La vida no es solo un devenir, es principalmente un por-venir, y esto es lo que más temor provoca.

En la mentalidad humana las cosas más importantes son las que sucederán mañana, no las que sucedieron ayer. Con referencia a éstas últimas se alcanza consuelo, sin embargo con lo primero existe una sensación intensa de responsabilidad.

Curiosamente, el condicionamiento de lo que sucederá adelante se gesta en decisiones y acciones presentes. La inacción deja los hechos por venir a merced del azar y las circunstancias. Esto es lo que debiera provocar temor, sin embago usualmente pasa lo contrario: el miedo se centra en actuar y equivocarse hoy.

Tomar decisiones es la única forma de no ser víctima de las circunstancias y trascender, con un mínimo de control, los minúsculos portales de espacio-tiempo que presenta la vida.

Actuar es un imperativo humano y tomar decisiones una consecuencia natural. Por ello la posibilidad de cometer errores es un hecho. Nadie está exento de esto.

Los errores califican la acción, a ello le deben su virtuosismo, ni más ni menos. Son una bienaventuranza porque acompañan la dinámica que explica el desarrollo de la vida.

Donde hay una historia de evolución y progreso hay una historia de errores. Donde existe una historia grandiosa, hay un registro de errores grandiosos. La evolución humana concluye por ser una historia de cuantiosos errores y unos tantos aciertos.

Evitar la comisión de errores tiene dos consecuencias grandes. Por una parte la inacción que deja todo a merced de las circunstancias y por otra el riesgo de no conseguir un acierto.

En la falta de acción existe estancamiento e involución, y sin aciertos no existe progreso.

La extendida cultura de aversión al riesgo es precisamente una extensión del atávico temor que se tiene de cometer errores. Desde tierna edad se enseña a las personas a “cometer la menor cantidad de errores posibles”. A “pensar media docena de veces” antes de decir o hacer algo.

Se mistifican los aciertos al costo de cometer los menores errores posibles. Por lo tanto son pocos los errores y escasos los aciertos.

Los niños son el grupo ideal para aplicar correctivos ante el error. Los adolescentes son quienes “mayor riesgo corren de cometer errores”. Los jóvenes (menos mal) “están aprendiendo a cometer menos errores”. Y a los adultos les está permitido cometerlos en tanto “no los repitan”.

Culturas que reprenden el error y mistifican el acierto.

¿Se pueden tener muchos aciertos al mismo tiempo que se minimizan los errores?

¡Pensar de esta forma es un error! Aplicar criterios de eficiencia en esta dinámica, es una receta que conduce al atraso y postergación. La dinámica del crecimiento necesita los errores para que se produzca el aprendizaje, y de allí el progreso.

Por otra parte, es grave lo que esta forma de pensar provoca en la ética del trabajo.

Queda sobreentendido que mejor trabaja quien menos errores comete. En ello se fundamenta el análisis de la productividad y se asientan los sistemas de control. Ése es el concepto rector sobre el que “deben” edificarse las carreras profesionales y las historias de éxito.

Pero en tanto se asocie el “buen trabajo” a la menor comisión de errores, toma vigor la lógica de sustituir al hombre por la máquina, y eliminar así toda ética laboral.

Estas líneas son, efectivamente, una apología a la comisión de errores. Sin embargo no pueden asociarse a la justificación de “lo malo”. Entender la virtud de cometer errores no conduce a la aceptación de aquello que no está bien. El producto final del proceso de cometer errores concluye siendo el acierto. El error es un medio, no un fin.

La virtud del error es que precisamente crea el vehículo por medio del cual se llega al acierto: el aprendizaje.

Se aprende mucho más de un error que de cien aciertos.

Testimonio mayor de esto lo puede dar la meticulosa industria de la aviación. Dado que capitaliza precisamente esta lógica para alcanzar un estado que cada vez se supera a sí mismo.

El aprendizaje conduce al conocimiento, y forma ese reservorio precioso de capacidad que es la experiencia. La suma de conocimiento y experiencia garantiza desarrollo y competitividad. Esta última es justamente el producto más preciado del aprendizaje que emerge de los errores. Porque más competitivo es quien mejor se ha desenvuelto en ésa lid.

Las empresas tienen un desafío grande para revertir ésta cultura de mistificación del acierto.

Esperar que lo hagan las familias u otras organizaciones involucradas en la formación de las personas es difícil. Las condiciones jerárquicas que dominan el desenvolvimiento institucional, sumadas a la necesidad que tienen de ser eficientes y competitivs, las convierte en vehículo idóneo para promover una cultura que incentive la acción, las decisiones y dinámica de modelación del futuro.

Y no es que en ello tengan una responsabilidad social. Porque finalmente no la tienen más allá de lo que determine el interés del negocio. Más bien que en ello existe una oportunidad de destacar en el medio.

Frente a una cultura que mistifica el acierto y castiga el error, la empresa que promueva la comisión natural de errores alcanzará, por fuerza, mayores aciertos. Y esto es finalmente lo que distingue al negocio.

¡Cometa errores por favor! Esta es la medida de las acciones y decisiones. Del interés por aprender y acumular experiencia.

Es la forma de responsabilizarse por el futuro y no ser sólo un accidente del azar o las circunstancias. Es también prueba de que se está trabajando en algo que no podrá ser reemplazado por una máquina.

Y a no perder de vista que si se está trabajando en un ambiente que mistifica el acierto y castiga el error, posiblemente se esté en el lugar equivocado.

¡Debe olvidarse el miedo de cometer errores! ¡Dejar el prejuicio atrás!

En los errores se explica la búsqueda del éxito. Cometiéndolos se vive más porque se llega más lejos.

Y en el escritorio o la oficina, allá donde se pase más tiempo, coloque sin ninguna discreción un cartel que diga: “…disculpe, en este lugar se cometen muchos errores porque estamos obsesionados por alcanzar el éxito”.

Twitter: @NavaCondarco

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