Cómo encarar los problemas en paz

La capacidad de encarar los problemas en paz no solo define la calidad de los resultados que pueden obtenerse, también el estado físico y emocional con el que se emerge para atender futuras contrariedades.

En relación a la productividad, es importante definir cuándo se enfrenta un problema genuino (al menos uno que justifique actuar) y cuándo no. Puesto que muchas veces, es el propio individuo quien incrementa el inventario de sus problemas sin necesidad.

La mente y el cuerpo se condicionan cuando perciben la amenaza de un problema. Reaccionan enfocándose en él y quitan atención a otras cosas de la vida cotidiana. Esto define la productividad en el cumplimiento de tareas y objetivos.

(Tema extraído del libro: “Cómo enfrentar y resolver problemas en los emprendimientos y en la vida” de Carlos Nava Condarco)

Más problemas, menos productividad; menor productividad, mayor probabilidad de futuros problemas.

Las personas deben ser honestas consigo mismas el momento de aceptar la existencia de un problema que amerita tratamiento. Nada aprovecha el ejercicio ocioso de multiplicar la adversidad. La dinámica natural de los problemas es compleja en sí misma, y aumentarla sin necesidad es un error absurdo.

El síntoma de existencia de un problema es la perdida de paz.

Cuando una persona siente que ha perdido equilibrio en su tranquilidad interior, enfrenta un conflicto que merece atención. Gozar de un estado de relativa paz es indispensable para la productividad y el bienestar general. Cuando un factor externo altera este equilibrio debe entenderse que surgió un problema y es recomendable actuar sobre él.

Las personas se convierten en sus mayores enemigos cuando permiten que algo altere su estabilidad emocional sin justificación razonable. Los problemas “imaginarios”, las desventuras exageradas, la fatiga del “hipocondriaco espiritual”, y todas las manifestaciones de tribulación que traen mucho humo y poco fuego, constituyen un atentado imperdonable del hombre consigo mismo.

La paz interior es una red de contención frágil que tiene como sostén al propio individuo.

Nadie está particularmente atento a socorrer a nadie, menos porque hubiera perdido “la paz interna”. Cada quién es responsable de proteger su propio bienestar. Ahora bien, cuando uno mismo atenta contra él, resulta absurdo esperar que el remedio llegue desde afuera.

El equilibrio emocional debe protegerse como pocas cosas en la vida. No puede sabotearse desde adentro. Y aún los propios embates externos deben ser de envergadura para que eventualmente se vea afectado. Éste es el objetivo de encarar los problemas en paz.

La objetividad y la racionalidad deben prevalecer en la evaluación de un problema, nunca las pasiones.

El cuidado del bienestar emocional debe ser extremo, e idealmente no admitirse NUNCA que algo tenga suficiente poder para ponerlo en riesgo. Una de las pocas cosas que no se le puede quitar al hombre, es la forma en que decida entender y asumir sus problemas. El, y solo él, define hacerlo desde el plano de la objetiva tranquilidad, o desde el dominio de la angustia. Es un asunto completamente personal.

Ahora bien, en apoyo al abordaje de problemas con tranquilidad, ayuda preguntarse lo siguiente: ¿qué beneficio especial se obtiene tratando un problema con fatiga y angustia? ¿Qué se ahorra o que se evita? ¿Cuál es la ventaja?

La respuesta es evidente, aunque cueste hacerla trascender desde la lógica a la experiencia: la angustia nunca ayuda en la solución de un problema. En realidad ninguna pasión lo hace. Todas ellas solo otorgan mayor poder a la adversidad.

Desde la lógica, no es fácil entender por qué las personas encaran sus problemas sin paz, afectando conscientemente su equilibrio emocional. En esencia es algo incoherente, pero en los hechos práctica universal. La mayoría altera su estado emocional cuando enfrenta problemas. Es una rutina perniciosa que se confunde con “normalidad”. Hasta el punto que resulta extraño ver una persona “tranquila” cuando enfrenta la adversidad.

Para entender las consecuencias de interpretar como “normal” el abordaje de la adversidad desde la angustia, vale la pena recordar lo siguiente:

El elemento motriz de la actividad humana se inscribe en su dimensión no-física. Allí radica todo lo emocional, los impulsos y la voluntad. Lo físico y corpóreo sólo obedecen comandos.

La estabilidad es producto de la gestión de ésas variables en la dimensión no-física. Allí alcanzan equilibrio los elementos que generan productividad, a la vez que sosiego y paz.

La estabilidad emocional es un centro de gravedad donde “orbitan” esos elementos en orden específico. Es un “baricentro” que perfecciona el equilibrio. Un punto específico que explica el orden. Este “baricentro” ajusta una variable cuando otra se descompone y mantiene el equilibrio general. El ser humano apenas es consciente de la existencia de este “giroscopio del alma” del que depende todo el desenvolvimiento personal.

Variables que provengan del exterior y no sean manejadas bien, afectan este “baricentro”. Impiden la “compensación” e impactan en el bienestar y conducta de las personas.

La existencia de “paz” es una señal que emite la estructura emocional desde el centro mismo. La paz es producto del estado en que se encuentran las emociones motrices. Por eso se convierte en una señal. Una alerta inconfundible del “estado interno”.

Los problemas, genuinos o “imaginarios”, activan esa señal.

Para proteger la estabilidad emocional y su punto precioso de equilibrio, éstas son algunas recomendaciones que permiten encarar los problemas en paz:

1.- NO ADMITIR, en ningún caso, que la adversidad tenga poder suficiente para alterar seriamente el equilibrio emocional.

El verbo específico es ése: admitir.

La adversidad puede ser grande y su energía poderosa, pero en la persona radica la potestad de admitir que tenga efectos en el Ser. Una cosa es que el problema cause malestar, pero otra admitir el daño y convertirlo en huésped de la estructura emocional.

Cada persona tiene el derecho inalienable para franquear la entrada hacia sus emociones. Nada ni nadie más lo tiene. Cada quién posee su llave y el “derecho de admisión”. Si  se cancela el acceso a todo elemento perturbador, desde el Ser emanará siempre paz interior que acompañe en las circunstancias más complejas.

¿Es esto difícil? Sí. Pero es algo que depende exclusivamente de cada uno, y allí radica su valor.

2.- Debe entenderse que la forma más inteligente de enfrentar y actuar sobre los problemas es con racionalidad.

No con emotividad, con tranquilidad. Controlando la angustia, con serenidad. Sin apremio. Siempre con actitud positiva.

Y para que esta afirmación trascienda la comodidad de unas letras, basta hacerse honestamente estas preguntas. ¿Qué tanta ayuda proporciona la angustia en la solución de los problemas? ¿Cuánto tiempo ahorra la fatiga? ¿Qué persona “preocupada” tiene el record de problemas resueltos?

La respuesta a la adversidad es un dominio de la razón, no del corazón y menos del estómago. ¡Y ciertamente se puede encarar los problemas con paz de espíritu! Es un asunto de elección y no determinismo.

3.-  Para tener segura el área íntima de estabilidad emocional ayuda mucho establecer una segunda “red de protección”.

a) Existen determinados MOMENTOS para tratar un problema y otros en los que no hay que hacerlo.

Es necesario establecer una división física del tiempo. La solución de problemas es un trabajo: amerita esfuerzo, concentración y recursos. Pero de la misma forma que cualquier otra labor, demanda reposo y “desconexión”. En algún momento la atención debe desactivarse.

b) La tensión que provoca el tratamiento del problema DEBE exteriorizarse. Debe fluir hacia afuera y no quedarse “encapsulada” en el interior.

Cuando la tensión “explota” desde éste segundo círculo de protección, mantiene el equilibrio emocional básico y la paz en su esencial dominio.

Es un error “llevar la procesión por dentro”. El hombre no está hecho de piedra y acero; la frustración debe fluir hacia afuera. En esto funciona bien la actividad física, el diálogo con otras personas, la oración, la meditación, los pasatiempos. Cada quien con su propio catalizador.

c) El entendimiento y tratamiento del problema debe compartirse con otras personas. Esto contribuye en el esfuerzo de encarar los problemas en paz.

La ayuda es indispensable y no recurrir a ella es insensato.

Si los problemas corresponden al ámbito profesional o laboral, deben ser enfrentados en equipo. Una cosa es la responsabilidad sobre los resultados pero otra la tarea compartida.

Los grandes líderes comprometen a los demás en la solución de los conflictos. Se apoyan en ellos y extraen energía del esfuerzo colectivo. Las actitudes quijotescas no son efectivas.

Si los problemas son personales debe activarse el círculo íntimo de relaciones para compartir el esfuerzo.

Ahora bien, no se trata de compartir la “preocupación”, sino de alcanzar puntos sinérgicos que simplifiquen y alivien la presión que impone el contratiempo.

Muchas personas calculan que hacen bien a todos evitándoles la pena de compartir problemas y dificultades. Tensan la espalda y cargan solos el peso. Tarde se dan cuenta que no existe peor amigo o familiar que aquel que ha perdido paz interior y carece, a veces irremediablemente, de equilibrio emocional y salud física.

En el ineludible mundo de las tribulaciones, la máxima que guía las relaciones es “hoy por ti, mañana por mí” ¿En qué otro sentido puede entenderse la amistad o el amor de las personas?

d) Uno de los mecanismos más importantes de protección ante la adversidad es considerar SIEMPRE que todo problema es, en realidad, una oportunidad.

A todo contratiempo se le puede extraer provecho. Todo conflicto presenta la posibilidad de crecer, de fortalecerse. No hay maestro más sabio que la dificultad.

Entender que sin prueba no hay victoria constituye garantía sólida de paz, e incluso de regocijo.

Los problemas son también como ésos perros que ladraban al paso del Quijote: “ladran los perros Sancho, señal que avanzamos…”

e) En medio del conflicto, en los momentos más duros, cuando menguan las fuerzas y la frustración parece conclusión lógica, bueno es entender que la vida convoca a todos pero recibe pocos en el círculo de los que prevalecen sobre la adversidad.

Pocas cabezas se coronan, muy pocos reciben laurel. Esta no es una justa que premie la competencia, solo admite ganadores.

f) Por último, bueno es resaltar el amor que uno siente por sí mismo, el valor que se otorga.

En ésa proporción debe cuidarse la paz interior, el equilibrio interno.

Si bien existen personas bendecidas por el amor de otros, protegidas por el cariño de los demás, nadie tiene la capacidad suficiente para vivir por uno, para sentir por uno.

La vida es un desafío estrictamente personal.

Si uno no se ama a sí mismo, tampoco puede amar a los demás. Al no cuidar de sí mismo, no puede tomar cuidado de los demás. Si no tiene pena por sí mismo, nadie más se la tendrá.

La existencia es un acto de respeto permanente a uno mismo, en ello radica el valor de un hombre íntegro. De aquí la obligación de encarar los problemas en paz.

(Tema extraído del libro: “Cómo enfrentar y resolver problemas en los emprendimientos y en la vida” de Carlos Nava Condarco)

Twitter: @NavaCondarco

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