La dignidad está en el ocio, no en el “trabajo”

Se tiene aceptada desde siempre la premisa que “todo trabajo es digno” y que el ocio es reprochable. Sin embargo la afirmación oculta algunos aspectos fundamentales, incluso filosóficos, de la realidad de vida de los seres humanos. En realidad la dignidad está en el ocio, no en el trabajo.

“Hablan de la dignidad del trabajo. Bah. La dignidad está en el ocio”

Herman Melville

Es bueno, en primer lugar, tener conocimiento apropiado de lo que significa dignidad:

“Cualidad del que se hace valer como persona. Se comporta con responsabilidad, seriedad y con respeto hacia sí mismo y hacia los demás. Y no deja que lo humillen ni degraden”.

En segundo lugar, ayuda mucho precisar el significado de ocio:

“El vocablo ocio es originario del latín “otium” que significa descanso o facilidad. Ocio es el descanso, cese o interrupción del trabajo. O también se puede definir como el tiempo libre de una persona. El tiempo recreativo que un hombre utiliza para su placer y de manera voluntaria. Y la satisfacción de las necesidades básicas de un individuo como dormir y comer. El ocio excluye todo lo que se refiere a las obligaciones laborales y ocupaciones habituales. El tiempo de ocio aparece cuando el hombre realiza actividades satisfactorias y gratificantes, de forma libre”.

Por último, es bueno entender que la interpretación que acá se hace de trabajo está fundamentalmente relacionada a la ACTIVIDAD. No necesariamente a lo que significa la inversión de esfuerzo o tiempo. Porque es cierto que CUALQUIER tipo de actividad involucra esfuerzo y tiempo.

En el marco de estas definiciones existe una importante asociación entre Dignidad – Libertad y Ocio – Libertad. Por lo tanto hay una relación semántica más próxima entre Dignidad y Ocio.

Es más probable que las actividades de trabajo (al menos en el entendimiento popular que de él se tiene), afecten la dignidad de las personas a que suceda lo mismo con las actividades de ocio.

Ahora bien, en términos de inversión de esfuerzo físico y mental, tanto las actividades de trabajo como las de ocio son iguales. No es pertinente vincular ocio con inactividad o inmovilidad. En el entendimiento de esto ayuda revisar la parte final de la definición. “El tiempo de ocio aparece cuando el hombre realiza actividades satisfactorias y gratificantes, de forma libre”.

De estas someras comparaciones emergen algunas consideraciones adicionales:

1.- ¿Es correcto asociar estrictamente el trabajo a la generación de retribuciones económicas?

2.- ¿No pueden las actividades del tiempo de ocio generar también retribuciones económicas?

La respuesta al punto 1 es no y al punto 2 es sí. Claramente.

Que estas cosas no sean evidentes para la mayoría de las personas  obedece a condicionamientos culturales, nada más. Porque es cierto que no son solo las tareas en trabajos “impuestos” los que generan retribuciones económicas. También aquellas satisfactorias y gratificantes.

Y dado que el factor fundamental de LIBERTAD está más cerca de las tareas discrecionales, es verdad que la dignidad se sustenta mejor en el ocio.

Constituye un imperativo moral de todo hombre construir diariamente la felicidad que lo conduzca a sus propósitos mayores. Y esto se alcanza esencialmente con la práctica de actividades satisfactorias y gratificantes. Debe anularse la idea que todo acto responsable está vinculado a la realización de un trabajo que disgusta, en el que no se recibe necesariamente un trato digno y se carecen de grados importantes de libertad.

La única responsabilidad del hombre es para consigo mismo. Así comienza el circuito virtuoso que genera beneficio para los demás. Y esta responsabilidad no está relacionada con hacer un trabajo que no perfeccione la “cualidad de hacerse valer como persona”.

En este sentido no todo trabajo es digno, por supuesto. Y toda actividad de tiempo de ocio siempre lo es.

Ahora bien, como los ingresos económicos son necesarios para que cada persona pueda cumplir sus objetivos y sentirse bien, la ecuación parece tener una solución sencilla. Los ingresos económicos deben obtenerse de la práctica de aquellas actividades satisfactorias y gratificantes que están relacionadas al ocio. ¡Simple!

Esta recomendación, que perfectamente puede vincularse al imperativo moral descrito antes, no tiene fisuras. La productividad de un individuo en actividades que generan contentamiento es mucho mayor. Por lo tanto el beneficio económico agregado está garantizado.

Por otra parte, toda actividad que se realiza con satisfacción se inscribe rápidamente en parámetros de excelencia. Y genera mejores resultados y retribuciones. El impacto individual y social de las actividades incluidas en el “tiempo de ocio” es positivo siempre. De aquí el fundamento en aseverar que la dignidad está en el ocio.

La vida no se trata de ésa historia de “sudor y lágrimas” que le vienen contando al hombre hace cientos de años. La lógica de “ganarse el pan con el sudor de la frente” ha sido mal interpretada durante toda la historia. Las consignas dirigidas a evitar que el hombre se vuelva un ser disoluto, en realidad se han utilizado para deificar el “trabajo bruto” y justificar el sufrimiento.

Una cosa es por supuesto la pereza y otra combatirla con la apología del trabajo que no hace valer las condiciones esenciales de la persona.

Es también otro hecho inmoral la “fácil” asociación entre trabajo y empleo, aspecto que tiene aceptación universal. Puesto que es fácil (precisamente para las mentes perezosas), asociar a una persona que eventualmente tiene un empleo con un individuo “trabajador”.

Y el hecho que sean los trabajos que se realizan en el empleo los que muchas veces atenten contra la dignidad de las personas, se pasa por alto. Como si fuese lógico que deba pagarse un costo por la “fortuna” de tener un empleo. Luego una persona que lo tiene, trabaja, y la que no lo posee o no lo quiere, es un holgazán, una víctima o alguien a quién se debe tener consideración y pena.

Esta deificación mal entendida del trabajo se defiende de las arremetidas contra la “dignidad de las personas”, produciendo legislación y normas. Así nacen los Códigos del Trabajo, las Asociaciones de Trabajadores, los Movimientos Sindicales, etc. Todos estos elementos coartan, de una u otra manera, la esencial libertad de las personas para desenvolverse.

La sencilla posibilidad de interponer un ¡yo renuncio! como medida para finalizar una relación de trabajo insatisfactoria no se considera nunca una solución.

Es el propio individuo, aquel que tiene todo el poder de establecer las condiciones en las que generará los ingresos económicos que necesita, quién pocas veces entiende que el remedio para un empleo que no le agrada es simplemente renunciar a él.

El momento que concibe esto, se desbordan sobre su espalda todos los condicionamientos de la cultura en la que vive: ¿Y que será del futuro? ¿Cómo se pagará la hipoteca? ¿Cómo se mantendrá a la familia?, etc.

Si alguien se atreve a decirle a éste hombre que la solución se encuentra en el ocio (apropiadamente entendido), se convertirá de inmediato en anatema social.

No se equivoca aquel que sueña con un mundo donde la premisa del “Pleno Empleo” se reemplace por una de “Plena Productividad”. Una premisa lógica y natural, en la que no quepan elucubradas argumentaciones o sofismas técnicos.

En realidad la “Plena Productividad” emerge de quienes están realizando tareas satisfactorias y gratificantes. No de aquellos que sirven en un empleo que no les provoca contento y a lo sumo consigue que se sientan “productivas” por el mero hecho de estar “trabajando”.

La dignidad está en el ocio, por supuesto, porque nunca puede separarse del ejercicio pleno de la libertad.

La dignidad está en el ocio porque la primera responsabilidad del hombre es aquella que debe reservar para sí mismo. Solo así puede ser luego responsable con los demás.

La dignidad está en el ocio porque el aporte social de una persona que hace aquello que le gusta es mayor y la enaltece.

Debe anularse ese paradigma que ha construido la sociedad contemporánea de considerar “poco digno” un trabajo que no se vincula estrechamente a la educación obtenida o el “Título Profesional”.

Porque bajo ésa lógica termina siendo “digno” el trabajo del doctor, el ingeniero o el licenciado, aunque sea en un mal empleo, y “menos digno” el del mejor heladero del mundo, el del carpintero o el vendedor ambulante, por mucho que estos últimos obtengan mejores resultados de su esfuerzo y tengan mayor calidad de vida.

Ése paradigma también enaltece al hombre que trabaja “de sol a sol” (aunque lo haga en tareas que le rinden poco fruto). Y encuentra “sospechosa” la actividad de una persona que privilegia la máxima de “hacer el menor esfuerzo posible” y obtener los mejores resultados que se puedan.

El hombre ha llegado dotado a este mundo de condiciones mentales a los que ningún otro ser de la naturaleza puede aspirar. Y estas condiciones no le han sido otorgadas para que se convierta en algo parecido a una bestia de carga que trabaje un tercio del tiempo de vida que posee y muera luego con un extraño sentimiento de la labor cumplida. Mucho menos habiendo realizado actividades poco gratas y que frecuentemente atentaron contra su dignidad.

El hombre tiene todo el potencial para dirigir sus energías a la realización de actividades satisfactorias y gratificantes que simultáneamente le proporcionen aquello que necesita para vivir como desea.

Las “actividades de ocio” no tienen por qué estar relacionadas a la pereza o la vida disoluta, eso es otra cosa. El ocio es más bien ése objetivo que se anhela y busca para experimentar la libertad y el contento al que la naturaleza humana tiene pleno derecho. Y si los condicionamientos culturales pudieran hacerse a un lado, entonces el ocio podría convertirse también en un conjunto de actividades productivas.

Si esto último no conduce a la dignidad, constituye al menos un objetivo digno de buscarse.

Twitter: @NavaCondarco

Suscríbete a mi Boletín y recibe las próximas Publicaciones en tu correo

Recibe el mejor Contenido directamente en tu Correo:

Loading
Compartir