Las dos decisiones que te convierten en un emprendedor

Existen esencialmente un par de decisiones que te convierten en un emprendedor. Hay por supuesto otros requisitos: ideas de negocio, aptitudes personales, disposición de ordenar la vida de una manera diferente, deseo encendido, visión, inclinación competitiva, destreza estratégica, una poderosa confianza, etc., pero en términos de decisiones, son fundamentalmente dos.

Dos factores convierten a una persona en emprendedor. O dicho de otra manera, le otorgan el título que lo distingue. Son dos decisiones que dependen del coraje y la envergadura del carácter:

1.- La decisión de “lanzarse a la piscina” y,

2.- La decisión de “quemar naves” una vez hecho lo anterior.

Estas son las dos decisiones que te convierten en un emprendedor.

Por un afán de pulcritud correspondería decir que la primera es la decisión de hacerlo, y la segunda la de dedicarse con exclusividad a ello. Pero la pulcritud en este caso no ayuda. No existe una forma simple de describir la naturaleza extendida de estas dos decisiones.

Los “términos académicos” pueden abordar nominalmente el hecho, pero son incapaces de transmitir la experiencia inherente a estas decisiones. Y menos aún la sinergia fundamental que existe entre ambas.

Si la persona no se lanza  a la “piscina” donde se encuentran las inquietudes e ideas del emprendimiento, éste NUNCA se hace realidad. Y por otra parte, sin la decisión de quedarse allí, enfrentando contratiempos y sinsabores hasta llegar a los objetivos, NUNCA se perfecciona.

Un emprendedor funge como tal de manera sostenida en el tiempo.

Lo circunstancial no representa para él algo diferente de lo que significa para un empleado. Es decir NO lo define. Si el empleado tiene circunstancias favorables o adversas en su labor no por ello deja de ser un empleado. Lo mismo se aplica al emprendedor.

Es interesante analizar cómo estas decisiones de convertirse en un emprendedor son completamente distintas cuando  se trata de un empleo. En éste último caso la definición cuesta menos. Carece de las inquietudes, temores y vacilaciones que tipifican el primero. El acto de decidir sobre un empleo es menos emotivo, los pasos se dan en función de consideraciones más elementales.

Los fundamentos que hacen diferentes ambas decisiones son eminentemente psicológicos. La persona promedio asocia el empleo a niveles mayores de seguridad. En esto no existe ningún fundamento técnico, es una asociación mental. Las estadísticas son claras al respecto: existe un número menor de personas que emprenden que aquellas que se refugian en un empleo. La relación es al menos de  1 a 20.

Esto reafirma una tendencia natural del cerebro humano: privilegia seguridad sobre libertad. Al menos mientras esta última no se encuentra en límites intolerables.

Nadie puede afirmar, con base racional, que el emprendimiento termine proporcionando menos seguridad que el empleo, en realidad ello puede ser hasta filosóficamente inverso, en tanto la “seguridad” que proporciona la disposición de otros, nunca debiera ser equiparable a la seguridad que uno mismo construye para precautelar sus intereses.

La decisión de “lanzarse a la piscina” constituye ése salto desde la “zona de confort” a la hipotética “zona de riesgo”. Por esto mismo no puede calificarse solamente como la decisión de hacer algo, puesto que involucra mucho más.

Se deben vencer temores y romper paradigmas de conducta.

Hay que trasladarse de un ambiente a otro, ajeno y diferente.

Cuando una persona “salta” por primera vez a una piscina la experiencia es justamente ésa: un cambio de ambiente natural. En la mayoría de los casos la vivencia termina siendo agradable y motivadora. Rápidamente se olvida la aprehensión y se descubre la gracia. Más allá que alguien sea gran nadador, la experiencia en una piscina es un acto seguro.

¡Exactamente lo mismo ocurre con el emprendedor!, aunque esto parezca una cómoda simplificación. Cuando “salta a la piscina” se da cuenta que el “tigre no es como se lo pintaba”, y que el emprendimiento es una labor profesional como cualquier otra.

Esta primera decisión CALIFICA al emprendedor. En ella yace su significado distintivo. El salto a la piscina lo dan pocos.

La filósofa ruso-americana Ayn Rand afirma que las personas de una sociedad se dividen entre creadores y parásitos (Makers y Takers en el idioma original). Los primeros son los que dan forma y sentido al proceso evolutivo del bienestar humano creando cosas, estructuras, sistemas. Y los segundos son quienes se nutren y viven de lo creado.  En el mundo no hay  más de 3 creadores por cada 97 “parásitos”. Y al dar el “salto”, el emprendedor se incorpora al primer grupo. De allí que la decisión lo CALIFIQUE.

No es apropiado suponer que el emprendedor se encuentra detrás de una idea de negocios, un deseo ardiente de independización o una visión que nadie más tiene. Todo eso puede existir, pero aquello que lo califica definitivamente es el paso que da entre lo imaginario y lo físico. Entre lo que piensa y la acción, el dicho y el hecho.

Detrás de un emprendedor no hay una idea o un proyecto, detrás de un emprendedor hay una DECISIÓN DE HACERLO.

Luego de dar el “salto”, el emprendedor debe tomar una segunda decisión trascendental: hacer de la victoria la UNICA opción. Si no enfoca toda su capacidad, recursos y tiempo en hacer del emprendimiento una forma de vida, el proceso corre riesgo de convertirse en una anécdota.

Únicamente la persona que “quema naves” tras la determinación, está tomando decisiones que lo convierten en emprendedor.

Si habilita, consciente o inconscientemente, “puertas de salida” para la tarea que inicia, existe enorme posibilidad que el emprendimiento concluya por ser sólo una buena intención, de ésas que pavimentan los accesos que llevan al fracaso y frustración.

El emprendimiento es una forma de ver y hacer las cosas en la vida, no es un oficio que depende de los resultados. 

Las cosas saldrán bien o mal muchas veces. Una idea funcionará mejor que otra y existirán periodos favorables y desfavorables. En cada una de estas situaciones el emprendedor debe permanecer firme detrás de sus decisiones. Solo de ésta manera concluirá la tarea.

Es tan notorio el cambio que se produce al tomar la decisión de “lanzarse a la piscina” que si no viene acompañado por una igualmente firme de no retroceder o desmayar, fracasa. El mero hecho de asumir que se “queman las naves” proporciona poder, enfoque. Para el emprendedor no debe existir “retaguardia”. Nada a derecha o izquierda. El premio está siempre adelante, sujeto a conquista.

El momento que entra en la “piscina” se cierran periódicos para buscar trabajo, llamadas para referencias laborales. Lo único que existe es el emprendimiento, y la necesidad de crecer a su lado.

La decisión de “quemar naves” no tiene nada que ver con la bondad de las ideas o los proyectos.

Ellos no son los que se ponen a prueba, es el hombre. Si una idea no funciona, otra lo hará. Si un proyecto termina por ser inapropiado otro saldrá mejor.

Edison no fabricó el bombillo de luz en el primer intento, García Marquez quemó cientos de hojas por cada una que le dio forma a su obra maestra. No importan las ideas ni los proyectos. Importa el hombre que les da vida y permanece consecuente detrás de ellos, en buenos y malos momentos.

Son más los emprendedores que retornan a “zonas de seguridad” luego de haber tomado la decisión de “saltar” que aquellos que finalmente nunca  se animan a dar el paso.

“Quemar naves”, hacer de la victoria la única opción, son parte de las dos decisiones que te convierten en un emprendedor, actos indispensables para coronar la tarea del emprendimiento.

Con referencia a la dificultad obvia de todo esto, Napoleón pensaba de la siguiente manera: “No hay hombre más pusilánime que yo cuando preparo un plan militar. Aumento todos los peligros y todos los males posibles según las circunstancias. Me hundo en una agitación penosa. Soy como una joven que da a luz. Sin embargo, esto no me priva de aparecer bastante sereno ante las personas que me rodean. Cuando he tomado mi decisión, todo queda olvidado, menos lo que pueda hacerla triunfar”.

Todas las dudas y vacilaciones están justificadas antes de dar “el salto”. Las precauciones obran a bien. Pero luego que esto se ha hecho todo debe quedar en el olvido, menos aquello que sea necesario para triunfar.

“Saltar a la piscina y quemar naves” luego de hacerlo. Estas dos las dos decisiones que te convierten en un emprendedor.

Twitter: @NavaCondarco

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