El momento de mayor desesperación, ¿cómo enfrentarlo?

Todos pasan por el momento de mayor desesperación alguna vez. Situaciones que conducen a límites de resistencia y comprensión. Circunstancias en las cuales el abandono y la resignación se evalúan como precioso bálsamo. Periodos breves, muchas veces, pero de pavorosa extensión para el alma, de un cansancio extraordinario que pide reposo y paz a cualquier precio.

Así es la desesperación en la vida, y nadie está exento de experimentarla.

Procesar esa situación define el carácter de las personas: su tamaño, la madera de la que están hechos.

¡Los momentos de verdad!, ésos en los que uno se enfrenta a sí mismo. Cuando solo hay dos puertas de salida. Una adelante, que da la impresión de estar muy lejos, un punto pequeño de luz, casi inalcanzable. Y otra puerta atrás, más cercana, amplia, sin luz, pero con promesa de cobijo y descanso.

La puerta lejana conduce a la victoria. La puerta de atrás es la salida amable, serena y bondadosa que plantea la derrota, el abandono.

¿Puede ser la derrota amable, serena y reconfortante? ¡Absolutamente! Al menos en esos momentos cruciales. Porque representa algo muy caro para el espíritu: paz. Se llega a ése momento con tanto cansancio y abatimiento que poco significa el contento, la alegría o el amor.

Lo único que exige el alma es paz, y ella está cerca, a la distancia exacta del abandono definitivo, del reconocimiento honesto y liberador de la derrota.

Pocas cosas pueden evitar que se levanten los brazos y se grite la rendición a pleno pulmón en el momento de mayor desesperación.

¿Perseverar?, ya se hizo. Se trabajó con ahínco y con toda la inteligencia a la que se pudo recurrir.

¿Amor propio?, permitió llegar hasta este punto. ¿Amor por los demás, por todo aquello que es preciado?, sólo aumenta el sentimiento de culpa y el arrepentimiento.

¿Grandes y elocuentes frases, ejemplos notables de los demás?, sacuden el razonamiento, pero no llegan al núcleo donde las emociones hierven.

Todo fue puesto a prueba, cada gramo de fe y esfuerzo quedó en el ruedo. ¡Ahora la desesperación comanda!

En medio de este drama, existen dos razonamientos y un par de emociones que son, posiblemente, las últimas a las que se puede acudir para evitar el colapso. Los razonamientos emergen de los confines de la mente atribulada, las emociones del alma castigada por las desventuras.

Primer razonamiento para enfrentar el momento de mayor desesperación.-

Tomar la opción del abandono elimina por completo la probabilidad, aunque sea remota, de que algo finalmente cambie en sentido favorable. Llámese eso lo poco que falta para llegar a mejor puerto, el azar, la fortuna o un milagro. Si algo bueno puede suceder después de tanto infortunio, el abandono lo anula irreversiblemente.

Segundo razonamiento.-

Por simple estadística, es un hecho que la vida da dosis de “cal y arena”, siempre. En ningún caso sólo castiga u otorga desventuras, mucho menos a quién tiene velas desplegadas esperando la menor brisa para moverse.

¡Así como no todo es siempre bueno, no todo es malo permanentemente!

La relatividad existe. ¡Estadísticamente las cosas no pueden ser desfavorables siempre! Esto no lo dice nadie en particular, lo grita la vida desde cada ángulo de su estructura.

Primera emoción para enfrentar el momento de mayor desesperación.- 

¡A matar la esperanza!, a ignorar todo cabo que se presente como hipotético sostén. Sacar toda la carga de la espalda y olvidar cualquier consideración de causa y efecto. Dejar de pensar en consecuencias. El día de mañana no existe, las buenas noticias “no llegarán”.

A disfrutar plenamente de cada cosa que está sucediendo: incluso de la escasez, la vergüenza, el abandono, la soledad, la lástima. A internalizarlas. No detener nada (dígase casi nada, porque como se verá mas adelante, una cosa si hay que detener), alcanzar levedad, edificar un estado “blando” y flexible que sustituya toda rigidez.

Los cuerpos blandos y flexibles son difíciles de quebrar, no se rompen con facilidad, y ése estado se puede adquirir: sólo se tiene que abandonar la esperanza, al menos desde el razonamiento emocional.

Quien nada tiene, nada teme; quién nada espera no desespera.

Respirar: inhalar conscientemente todo lo que pasa, y echar eso mismo para afuera en cada exhalación, vaciando todo contenido. Flotar. Solo se quiebran los cuerpos rígidos, los que flotan son indestructibles. De hambre no ha muerto nadie, tampoco de amor.

La depresión solo ataca a quién camina en cumbres y repentinamente cae al valle. Quien decide transitar solo el valle no encontrará ninguna depresión en el terreno. A olvidar las cumbres, a caminar por el llano. Ignorar a quienes miran desde la altura de ésas cimas caprichosas, mirar el mundo de gente que camina en la quietud de la tierra lisa y llana.

Al fin y al cabo lo importante es caminar, porque así puede retomarse el sendero que lleva a las alturas.

¿Qué es aquello que sí se debe detener?: el arrepentimiento.

¡No puede haberlo!, por nada de lo hecho. Se cometieron errores, existen culpas, pero arrepentirse el momento de mayor desesperación no sirve para nada. En lo más mínimo. En realidad, es lo ÚNICO que no sirve. De todo lo demás puede resultar algo bueno, del arrepentimiento NADA.

En los momentos de mayor desesperación el único tiempo que se tiene es el presente, el hoy.

Eventualmente el mañana llegará y exigirá acciones, pero al pasado no se tiene acceso. Nada que se haga ahora podrá cambiar lo que se hizo ayer. El pasado es inaccesible, por eso el arrepentimiento es vano, absurdo, inútil.

Quién se sienta inclinado u obligado pida perdón, capitalice la experiencia, cambie su forma de pensar o modifique el curso de su vida. Para todo esto el pasado juega en positivo, pero para nada más. Alterarse o molestarse por lo que a uno le sucede tiene sentido y, en su caso, justificación, hacerlo por algo del pasado es inútil mientras no exista la posibilidad de viajar en el tiempo.

Segunda emoción.-

Sirve mucho recordar alguna persona que formó parte importante de la vida y hoy no se encuentra presente: padres, abuelos, hermanos, maestros, hijos, amigos. Alguien cuyo impacto en la propia vida  fue significativo, cuyo amor y confianza marcó la existencia.

Ésa es la persona que se tiene que “traer” al presente en el momento de mayor desesperación. ¿Qué pensaría él o ella de esta situación, de la tentación que existe de rendirse o acogerse a la derrota? ¿Qué consejo daría?

No existe la ventura de tenerlo físicamente, pero sí la bendición que representa su recuerdo: sus palabras, consejos, cariño, y sobretodo la confianza que tuvo en lo que el futuro deparaba para uno.

Ésa persona no vio fracasos, vio una estrella de luz que no menguaría, visualizó problemas y pesares, como los que a todos acontecen, pero no vio nunca rendición o abandono. ¡Esa persona tuvo razón apreciando el destino!, conocía a quien amaba, sabía de su capacidad, y su cariño le impedía visualizar otro sino.

Ésa persona ya no está presente, ¡y bendito hecho que así sea!, porque si formara parte de los desasosiegos, no se diferenciaría de todo lo demás. Pero al no estar, constituye la representación de lo que se debió ser, y de lo que se puede y se tiene que ser en su memoria.

¡A rendir  homenaje al recuerdo de ésa persona y seguir dando pasos hacia adelante!, uno a la vez, despacio, con calma, con dolor.

El tiempo no importa, lo único necesario es no parar, y tampoco dirigirse hacia la puerta posterior.

Es cierto que poco ayudan las palabras en los momentos de mayor desesperación. Duro es el dolor y la fatiga de ése tiempo que parece interminable. Abrumador el poder que toma como rehenes consciencia y reflexión. Que captura el orgullo, la fuerza, el amor propio, la inteligencia. Ésa sensación igual a la sed que nunca se sacia. Ése peso que dobla la cerviz a pesar de toda buena actitud y razonamiento.

En los momentos de mayor desesperación sirven poco las palabras. Ayuda más doblar rodillas y entregarse, en grito humilde y libre llanto a aquél en quién se cree o sostiene la fe de cada uno. El espíritu humano posee inmensos reservorios de fortaleza para todos, y es posible acudir a ellos, aún en los momentos de mayor oscuridad.

Queda propuesta una sola frase como ayuda en el momento de mayor desesperación. Una sola, que contribuye a dar un paso más y no detenerse. Una que de igual forma expone su poder cuando la vida ofrece un rostro más generoso:

“Mañana será otro día”

Esta es una verdad que tiene el tamaño del Universo: la vida comienza cada día. La existencia se renueva siempre, y vale la pena darle una oportunidad.

Twitter: @NavaCondarco

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