“El pequeño secreto para vivir en paz”

Hay, efectivamente, un “pequeño secreto” para vivir en paz: ¡No tomar en serio NADA que no sea muy, pero muy importante! La mayoría de las personas se generan problemas, dificultades, disgustos y malos momentos por cosas que carecen de importancia. Muchas de ellas efímeras, pequeñas e intrascendentes, a un punto que raya en lo ridículo.

Hay una explicación elemental para éste fenómeno: se llama “ego superficial”. Éste se manifiesta en una personalidad carente y altamente susceptible.

(Temática abordada en el libro: “Cómo enfrentar y resolver problemas en los emprendimientos y en la vida“, de Carlos Nava Condarco)

Todas las personas que tienen un “ego superficial” son muy sensibles a eventos que les disgustan.

Actitudes que no comparten de los demás, gestos, comentarios, frustraciones, noticias desagradables, situaciones que no salen como esperaban, etc. Ante algo de ello reaccionan con disgusto, con pesar. “Agreden” de diversas formas a otras personas,  y lo hacen bajo el argumento subjetivo de que todo se justifica por la falta ajena.

A veces solo es necesaria una palabra mal dicha, mal pronunciada, un gesto que  no se comparte, una actitud que se considera inapropiada, y el “ego superficial” reacciona como si se hubiera producido un hecho capital.

Luego queda evidente la “levedad” o intrascendencia de todo, pero ya es tarde. Se ha generado una avalancha a partir de hechos minúsculos. El “ego superficial” es tremendamente susceptible, y tiene de rehenes a la mayoría de las personas en este mundo.

Pocos tienen un “ego autosuficiente” que los mantenga alejados de la minucia y lo mundano de la tierra, en paz con el mundo.

La mayoría de las personas tienen un “radar” siempre alerta a señales “inapropiadas” de los demás, o situaciones que no se desenvuelvan de acuerdo a lo esperado. Y esto les impide vivir en paz.

A la persona de “ego superficial” le molesta “ésa” actitud que tiene su jefe, el subordinado, el amigo, el cónyuge, el hijo, el padre, la madre. Esa “forma” de decir las cosas, esa “manera” de procesar los eventos, de responder o mirar. Reacciona ante ello, e inmediatamente deja de vivir en paz.

El “ego superficial” se toma muy en serio a sí mismo, y concluye por tomar todo como “asunto de estado”.

Detrás de una apariencia de corrección, rectitud y seriedad, se encuentra una personalidad débil que depende de las circunstancias externas.

El “ego superficial” es común en personas “estructuradas”, aquellas que hacen del orden, la disciplina, los buenos hábitos y costumbres, una tarjeta de presentación. Estas personas son más susceptibles que otras, porque toman “a pecho” lo que son y lo que han conseguido.

Dicen que es de hombres grandes reírse de sí mismo o tomar “como vienen” las actitudes equivocadas de los demás.

Pero ésa es una dimensión desconocida para el “ego superficial”. Mientras que el hombre maduro y dueño de sí, reacciona en función de la legítima importancia de las cosas, aquél justifica sus reacciones asignando valor a situaciones absurdas y fugaces.

La consecuencia inmediata es la imposibilidad de vivir en paz, y las subsiguientes están relacionadas con la productividad. La falta de paz impide que exista un estado básico de equilibrio emocional, y esto es lo peor que le puede acontecer a una persona que quiere ser productiva.

Para superar su estado, el “ego superficial” necesita hacerse unas preguntas sencillas:

¿Son realmente importantes las cosas que me importunan y me hacen reaccionar? ¿Es necesario que vea siempre  situaciones de “todo o nada” en lo que me acontece? ¿Es cierto que todas las cosas que me molestan terminan disipándose más temprano que tarde?

La paz es un valor de trato absolutamente personal. Nadie fuera de uno mismo tiene capacidad de protegerla, ¡nadie!

Por mucho que alguien se encuentre rodeado de personas que lo aman y le deseen bien, no podrá alcanzar paz esperando que ella provenga del exterior. La paz es un estado interno que se alcanza de acuerdo a la forma en la que se procesan factores exógenos, no tiene una relación lineal con estos últimos.

De 100 cosas que pasan en la vida, habitualmente 99 no tienen el peso necesario para alterar la paz. Y una, seguramente, justifica que el carácter sea puesto a prueba. Son ésas 99 cosas que carecen de importancia, las que no deben tomarse con mucha seriedad. Entre ésas 99 cosas es donde debe construirse el refugio para la paz.

La paz de una persona no toma forma en la ausencia de problemas. Se halla fundamentada en la posibilidad de procesar adecuadamente dificultades y contratiempos. Y la forma más sencilla para conseguirlo es NO darles a los problemas más importancia de la que merecen.

Ése es el secreto para vivir en paz: no tomar en serio nada que no sea muy importante.

Debe reservarse energía para aquello que sea significativo y determinante. No existe pago justo para el Quijote que cabalga por la vida queriendo que todos actúen de acuerdo a sus premisas y valores. Nada valioso obtiene quien emprende la cruzada de “amoldar” el mundo a sus preceptos. Eso no tiene nada que ver con principios o valores.

Esperar que todos actúen como a uno le gustaría no representa honestidad de carácter, o coherencia con lo que uno es. Solo es necedad, y un camino corto para perder la paz.

Las personas adeptas a ésas frases cursis y ligeras: “a mí no me gusta”, “yo no permito”, “conmigo no funciona”, “yo soy así”, concluyen por ser espíritus que no pueden vivir en paz, en un mundo que no se ajusta a sus expectativas.

Caballeros de causas perdidas, vanos regentes de la moral ajena.

Por otra parte, las personas que tienen la incomparable fortaleza que proporciona la flexibilidad, aquellas que SON sin esperar que nadie más sea, los que evalúan las cosas en la proporción que tienen y no pretenden ajustar el mundo a su medida, poseen una paz contagiosa. Una que finalmente les otorga lo que el afanado busca desde la susceptibilidad y la intolerancia.

Los hombres grandes, aquellos que con su accionar definieron el devenir de los tiempos y la historia, han dicho que en tanto la felicidad es un estado al que tiene que aspirarse en vida, la paz es algo que espera al final del camino.

Y si bien es cierto que muchos de estos hombres poseyeron espíritus atormentados y fueron presas de sus propias pasiones, no queda duda que conocieron la paz en su relación con la banalidad y lo intrascendente.

Sufrieron en los conflictos que el espíritu grande encuentra en su camino. Pero no mermaron un gramo de energía ni un minuto de tiempo en las cosas sin importancia que gobiernan el mundo de las personas pequeñas.

Es tan ridículo este problema, que poner a prueba la solución para vivir en paz tan solo por un día, puede otorgar resultados incomparables:

Levantarse una buena mañana con el propósito de NO reaccionar negativamente ante NADA que no tenga importancia fundamental. Dejar que las cosas pequeñas sean y pasen, como son y pasan las columnas de hormigas que buscan restos de azúcar.

Ninguna de esas nimiedades alterará su mundo, ninguna afectará sus valores o sus objetivos si no es uno mismo quién otorga ése poder. Todas pasarán como el agua de un arroyuelo, sin dejar marca o alterar el curso.

Así, un día contemplará ése arroyo en su justo contexto. Y se dará cuenta que forma parte de un paisaje mayor, cuya visión le estuvo privada por la susceptibilidad y el enojo.

Un “pequeño secreto” para vivir en paz: no darle importancia a las cosas que no la tienen. Secreto porque no se halla al acceso de todos, “pequeño” como todas las cosas grandiosas que forman el universo.

Twitter: @NavaCondarco

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