La Excelencia es una consecuencia del amor

En el mundo de los negocios se habla mucho de excelencia pero muy poco de amor. Y en realidad la excelencia es una consecuencia del amor. Un estado en la práctica de algo que se hace con disposición, interés y pasión.

Poco tiene que ver la excelencia con la virtud, la disciplina o el entrenamiento. Dado que nada de esto se compara con la calidad del ser y hacer que alcanza quien realiza las cosas por amor. La excelencia no se consigue por medio del esfuerzo, y tampoco es un premio a la dedicación.

La excelencia no es un objetivo, es una consecuencia.

A ella no se llega, más bien ella emerge cuando aquello que se es y se hace está fundamentado en el amor.

La excelencia no es un producto que se construye con aplicación en los procesos, es un resultado. Y como tal forma parte de cada proceso y acto. Tampoco es un producto definitivo, es una situación que no tiene punto de inicio y nunca concluye.

Existen diferencias importantes entre la excelencia y todo estado previo y menor.

  • Uno puede ser bueno en lo que es y lo que hace, pero esto no lo sitúa en la excelencia.
  • Incluso puede ser muy bueno en lo que es y lo que hace, pero esto no lo hace excelente.
  • Puede ser exitoso (sea cual fuere el parámetro que califica esto), pero no excelente.
  • La diferencia de ser excelente y muy bueno es la misma que existe en un día con sol y uno con resolana. Entre un libro bueno y un buen capítulo.

El esfuerzo racional y mecánico nunca conduce a la excelencia. En realidad nada racional conduce a ella, porque esto produce un desgaste que es difícil reparar.

La excelencia es una consecuencia del amor porque habita en los dominios de la dimensión emocional. En la intrincada red de los sentidos y no en el entramado mental.

Uno puede proponerse alcanzar la excelencia en lo que es y lo que hace, pero si no se ama y no ama aquello que hace difícilmente lo conseguirá. Con esfuerzo y dedicación se puede llegar a visualizar la tierra prometida, pero para habitar en ella, la fuerza no basta.

La excelencia tiene dos columnas que la sostienen de manera sinérgica: el amor propio y el amor por aquello que se hace. El ser y el hacer.

No existe el hombre excelente en lo que hace sin que exista un hombre excelente en lo que es.

Y éste nivel de excelencia escapa al juicio colectivo de una manera simple: excelente es quién se ama a sí mismo y ama lo que hace. Punto.

Si la conclusión no se remitiera a esto existiría siempre la pregunta: ¿cómo se puede definir a un hombre excelente? Para eludir este laberinto existe el amor. Y sin temor puede afirmarse que quien se ama a sí mismo alcanza la excelencia.

Y quien ama lo que hace, alcanza la excelencia en lo que hace.

La ignorancia sobre el amor es grande y la incapacidad de amar mayor. Por eso la excelencia es esquiva en la vida. El amor es abstracto, complejo y de difícil definición. Pero existe un factor que facilita el proceso: todo ser humano sabe qué es el amor. Otra cosa es la experiencia que tenga con él o la forma en que esté presente en su vida. Pero todos saben lo que el amor es.

Si el amor puede ser considerado un comportamiento desinteresado e incondicional entre seres con inteligencia emocional, entonces el amor solo puede ser experimentado por los seres humanos.

Toda manifestación de amor comienza en el amor propio, así también el camino a la excelencia. Quién no se ama a sí mismo no conoce el amor, y de él poco puede esperarse en lo que haga. Existen los buenos hombres, profesionales y líderes, pero excelentes sólo son aquellos que conocen el amor para consigo mismos.

¿Puede amar aquel que no se ama primero? ¿Puede ser bueno con alguien o bueno en algo aquel que primero no es bueno consigo mismo?

Quién no se ama a sí mismo es un ser incompleto que busca plenitud en otras personas o cosas. Y quien busca, demanda, no da, pide y no otorga.

La excelencia es una consecuencia del amor porque no se fundamenta en la demanda. Es la experiencia de dar, y dar lo mejor que se tiene.

Por otra parte, quién tiene sólido amor propio difícilmente hará lo inconveniente. Y por ello puede esperarse que sus actos sean de calidad y se ajusten al beneficio común.

Carecen del suficiente amor propio quienes pasan por la vida haciendo algo que no les agrada o no les hace sentir bien. Personas que encuentran justificaciones pueriles en rutinas que los asfixian. Ellas no pueden afirmar que llevan una vida de calidad solamente porque el “sacrificio” de lo que hacen todos los días les “pague” alguna “comodidad”. Tampoco podrán demostrar que su desempeño se inscribe en la excelencia.

Todo lo que dan es producto de un gran esfuerzo. Porque nada menos puede invertir quien se ve obligado a hacer algo que le disgusta. El esfuerzo por sí solo no conduce a la excelencia. O al menos palidece en sus resultados ante lo que se hace por gusto o por amor.

Es triste observar personas que apuestan por educación, disciplina y dedicación obsesiva para destacar en su vida personal y profesional, en su hogar, el trabajo y el medio social. Todas creen transitar el camino de la excelencia, pero son viajeros en la senda que conduce a logros menores, con mucho sudor y lágrimas.

Difieren del hombre que destaca porque encuentra gusto en lo que hace. GUSTO, simplemente. Ése sutil elemento que constituye la semilla del amor, y también su fruto. Nadie ama aquello que no le gusta, y nadie extrae sana pasión si no es del amor.

Y la PASION es una dosis de esteroides para la excelencia.

Con sano amor propio (valga la afirmación, aunque el amor es siempre sano), y con amor por lo que se hace, el hombre no encuentra diferencia en la vida que lleva en el hogar o el trabajo, el descanso o la fatiga, las tareas de un día viernes o lunes, en vacaciones o en laburo.

No tiene comportamiento diferente con sus seres queridos o con “aquellos que no lo son”. Solo vive un estado de ánimo: un sentirse bien con lo que es y lo que hace.

Si esto parece ideal es porque lo es desde todo punto de vista.

La excelencia es una consecuencia del amor. En este sentido es un ideal, nada menos, pero no es una utopía.

Está al alcance de todos justamente porque el amor es la esencia del hombre y un elemento universal que mantiene la vida. Presente como el sol todos los días, aunque tan poco perceptible como él, que aunque nunca deja a nadie en las tinieblas, pocas veces merece reconocimiento.

Para los que no comprenden las pequeñas cosas que explican el portento de la vida, y no consiguen alcanzar ésa paz de espíritu que permite entender lo maravilloso de existir, hay un “pequeño secreto” que puede ser de ayuda, una puerta simple de ingreso al conocimiento del amor: el gusto. Sentirse a gusto con uno mismo y hacer lo que agrada. Es solo una puerta, pero representa el ingreso.

¡Sentirse a gusto con uno mismo! ¿Por qué no?

Si ya existen muchos “porqué” para no estarlo, es razonable dar la oportunidad a un “¿por qué no?” Es sólo una chispa. Pero a diferencia de cualquier otra minucia, es una que puede provocar un fuego enorme: el del amor propio. Y ésa es una llama que calienta e ilumina el resto de la vida.

Pueden existir muchos “motivos razonables” para no estar a gusto con uno mismo. Pero si se decide SALIR de ése molde, aunque sea un poco y una sola vez, se puede acceder a la llave maestra para cambiarlo todo: el amor por uno mismo.

Porque bien lo afirma la sabiduría milenaria: el amor no hace nada indebido. No se envanece ni es jactancioso. No se irrita. El amor no guarda rencor. Es benigno. No busca lo suyo. No se goza de la injusticia más se goza de la verdad. El amor todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

Ése amor, orientado hacia uno mismo, en nada puede fallar.

¡Y hacer lo que gusta! ¿Por qué no?

¿Quién ha dicho que se llega a este mundo para ser infeliz? ¿De dónde emerge la creencia de tamaña estupidez? Si en algo son los poetas dueños de una verdad indiscutible es en afirmar que la vida es un suspiro. Hoy está acá y listo. El mañana es ajeno.

¡Y a tomar cuidado con esta afirmación!, porque el amor propio no conduce al libertinaje que tanto preocupa al beato. Así como de la víbora no nacen picaflores, del amor no nacen despropósitos.

La excelencia es una consecuencia del amor. Llegar a ella no es difícil, lo complejo es entender la importancia de amarse y amar lo que se hace. Tomar la decisión de NO hacer aquellas cosas que NO se aman, aunque transitoriamente ofrezcan un atisbo de bienestar.

Twitter: @NavaCondarco

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