La habilidad para las ventas es un requisito para la vida

La habilidad para las ventas no es un requisito profesional, es una demanda que presenta la vida para alcanzar los propósitos que en ella se tengan. Las ventas y el propio sentido de Negocio no están inscritos en la lógica comercial de las cosas, están enraizadas en el carácter de todo lo que explica la existencia.

El acto de “vender” está presente en todas las tareas humanas.

La venta constituye un ejercicio de relacionamiento social, y el hombre es ante todo un ser de carácter social. Cuando se relaciona con su congéneres trata siempre de vender algo. Una idea, un bien, un estado de ánimo, una interpretación de las cosas, un argumento, una disculpa, un trabajo.

La venta, en la forma de cualquiera de las cosas que se transe, se perfecciona cuando otra persona acepta aquello que se está ofreciendo. Así se completa el circuito que construye el tejido social.

La dinámica de la vida en comunidad ha sido abordada desde muchos ángulos. Pero con poca frecuencia se la interpreta con la visión de las ventas.

Este acercamiento parece “poco apropiado” para comprender las complejidades sociales. Y en el entendimiento de “las masas” vulnera la interpretación de “lo ético”. Sin embargo, es suficiente evaluar las tareas cotidianas para convencerse que el acto de vender se practica siempre. Y con una frecuencia que supera el resto de las actividades humanas.

Por lo tanto, tener habilidad para las ventas es un requisito de desempeño cotidiano.

Otro hecho que se desconoce es el alcance genérico del concepto de Negocio.

La palabra Negocio proviene del vocablo latín “negotium”, que significa “actividad que genera algún tipo de utilidad, interés o provecho para quienes la practican”. Bajo ésta interpretación, TODOS los seres humanos sostienen y desarrollan alguna actividad de Negocio siempre, porque incluso el mero hecho de alimentarse es una actividad que genera “utilidad, interés y provecho”.

Y son dos las funciones que explican el Negocio (cualquiera que éste fuese): producción y ventas.

Primero se produce algo y luego se da el ejercicio de venderlo para alcanzar “utilidad, interés o provecho”. Esto no solo es así en las tareas comerciales o mercantiles, es igual en la mayoría de los hechos que explican la vida cotidiana.

Ahora bien, la función de producción sólo se perfecciona a través de las ventas. Sin esta última queda huérfana. Únicamente cuando lo producido se vende se perfecciona el Negocio. Por otra parte, sólo se produce aquello que se considera que pueda venderse. Por lo tanto las ventas toman preeminencia sobre la producción, constituyendo la tarea por excelencia de todo Negocio.

Suponer que alguien pueda transitar satisfactoriamente por la vida sin habilidad para las ventas es un error. Y suponer que las ventas constituyen un ejercicio reservado a ciertos oficios, pasa de ser un error a constituir una trampa.

Ninguna persona puede alcanzar un básico equilibrio de vida si no sabe vender. Si no tiene una elemental habilidad para las ventas.

Porque finalmente no podrá perfeccionar sus intereses, cualquiera que estos fueran. Al menos no podrá hacerlo en la lógica social que gobierna la civilización humana.

Con la habilidad para las ventas y el entendimiento correcto de lo que significa Negocio, pasa en este mundo lo que con otras cosas de importancia: no se incluyen en la educación básica. Así se priva de una herramienta vital para la realización en la vida. Se coarta el potencial de alcanzar toda la libertad posible.

Los convencionalismos sociales se preocupan de educar sobre el avance de la tecnología o el conocimiento de idiomas. Pero otorgan a la habilidad de ventas tan poca importancia como la que proporcionan a la inteligencia financiera. Y al igual que con esta última, la clasifican como una actividad profana, banal, reservada al “mercantilismo que envicia el alma humana”.

Así, no solo ignoran que es precisamente la iniciativa mercantil la que ha permitido el progreso de la civilización, también desprecian el valor que tienen las habilidades de ventas para el desarrollo integral del ser humano.

Sin habilidades de ventas el mundo no hubiera conocido el arte de Rafael, o la genialidad de Leonardo da Vinci. Tampoco los aportes de Pasteur o los inventos de Tesla.

Y dado que vender persigue finalmente encontrar aceptación por parte de otros para aquello que se produce, todo el intercambio de bienes y servicios que genera la base de la economía de sustento no existiría.

La propia teoría maltusiana, que tuvo en suspenso a la humanidad un par de siglos, podría haberse cumplido de no mediar el interés del ser humano para producir de una manera que le permita realizar sus mercancías, es decir poder venderlas.

Los credos ideológicos que pregonan una distribución discrecional de la producción y la riqueza, fracasan precisamente porque desconocen la propensión natural del hombre a optimizar el valor de aquello que produce por medio de su intercambio justo y libre, es decir a través de las ventas.

La actividad de ventas permite el desarrollo de las personas también en su dimensión humana. Porque en los hechos, cada instante la gente vende un “estado” físico, emocional o espiritual. O bien lo vende a los demás o, lo que es más importante, lo vende a sí mismo.

La “aceptación” es elemento central en la lógica de las ventas, y conseguirla exige el crecimiento integral de los individuos.

Este crecimiento se genera a partir de la optimización del “producto” que quiere venderse.

Nunca faltan  aquellos que argumentan sobre la futilidad de conseguir la aceptación de los demás y la necesidad de ser “genuinos”. Pero esos argumentos desconocen dos hechos de la naturaleza humana: En primer lugar, su ineludible carácter social y la necesidad de relacionarse “exitosamente” con los demás. Y en segundo lugar, el imperativo de aceptarse uno mismo. De ser un “producto” que finalmente no genere el rechazo propio. Estos hechos conducen siempre al desarrollo, nunca a la involución.

Las ventas lo tienen que ver todo con la “sociedad consumista” actual, y a la vez son completamente inocentes respecto a los resultados que alcanza su dinámica.

El motivo profundo de aquello que la gente “acepta” en las transacciones de ventas es un asunto moral y ético completamente diferente.

Si existe “mercado” para productos relacionados a peleas de perros, fanáticos haciéndose explotar entre los demás o pornografía infantil, habrá esfuerzos de venta que traten de satisfacer o “desarrollar” ésa demanda. Pero eso no califica actividades o habilidades de ventas. Eso registra el estado moral de las personas. El carácter de sus valores y principios, la naturaleza de su “ser”.

Aquellos que reniegan de ésa realidad y pretenden terminar con la sociedad que conocemos, finalmente también están tratando de “vendernos” su punto de vista. El hecho que prevalezca uno u otro estado de cosas, es también reflejo de la efectividad que tienen unos y otros en sus esfuerzos de ventas.

La habilidad para las ventas y su relación con el perfeccionamiento del Negocio (en su estricta interpretación conceptual), constituyen fundamento de la libertad del hombre.

Libertad no solo para hacer, también para ser.

Del “hacer” emerge el desarrollo de la civilización, y del “ser” nace la persona. Sin libertad no existe esperanza que las cosas cambien. Y el hecho que ellas lo hagan para “mejor” dependerá también del éxito que alcancen aquellos que vendan ésas “mejoras”.

Las ventas y el perfeccionamiento del Negocio son también el fundamento de la realización personal, tanto en su dimensión externa como en la interna. Es decir en la capacidad de “hacer” y “ser”.

¿Cómo podemos concebir el mundo sin personas que estén buscando la forma de realizarse?

El “hacer” constituye imprescindible dimensión funcional del ser humano, y el “ser” su dimensión estructural. Si ambas no tienen la posibilidad de realizarse, el hombre es una construcción incompleta que carece de sentido.

Se vende aquello que se “hace”, y así se alcanza precisamente la realización. Se vende aquello que se “es”, y así se perfecciona el circuito.

Cuando no puede venderse como se espera aquello que se “hace”, se produce el crecimiento “externo”. Y cuando uno mismo no puede o no quiere aceptar aquello que “es”, se produce el crecimiento interno.

Cada instante se vende algo a los demás y se vende uno a sí mismo.

Lo interesante es que la actividad de ventas puede sustentarse en un conjunto racional y sencillo de técnicas. Constituye una función que puede aprenderse y practicarse con cierta facilidad. Cuando queda claro el entendimiento de su importancia y valor, aprender el “secreto” de las ventas no es complejo. Y su poder es inmenso.

Ningún resultado “poco deseable” o impropio emerge de los esfuerzos por vender “algo”. Puesto que en el proceso se optimiza el “producto” (cualquiera que éste fuese) y se alcanza la realización.

Con el entendimiento y dominio de las técnicas de ventas sucede un poco de aquello que les pasa a algunas personas con el computador y otros elementos electrónicos de la vida moderna. Por una parte parece un mundo que no es imprescindible conocer, y por otra un escenario lleno de complejidades. Ninguna de estas cosas es cierta, lo mismo que verifica quién finalmente interactúa con un computador y le extrae beneficio.

Sin  embargo, a diferencia del computador, el conocimiento y desarrollo de la habilidad de ventas no “abre” un mundo nuevo, abre más bien las puertas del mundo.

En ocasiones pueden leerse, o escucharse, reclamos por ciertas cosas que se venden en la vida. Desde personas que venden “su alma al diablo” para conseguir algo, pasando por los que venden la verdad en 30 monedas, hasta los que reclaman que se vende Coca Cola para “envenenar” a la gente.

Estos reclamos ignoran que también se encuentran a la venta todas las cosas buenas de la vida.

Probablemente prefieran ignorarlas, por el criterio erróneo que las cosas que en verdad importan no se compran o no pueden comprarse. Pero ¡eso es falso!

No existe ninguna cosa buena en esta vida que no tenga un precio que deba pagarse. Un costo que deba aceptarse. Y desde que esto último es verdad, hay algo que está a la venta y hay algo que puede comprarse.

La VIDA, cada día, cada instante ofrece algo, vende algo, y el costo de adquirirlo es insignificante, radica en algo sencillo: aceptarlo.

La vida es un vendedor que toca todos los días la puerta ofreciendo todo lo que está a disposición en el universo. Y día por día se le cierra la puerta en las narices.

Y sí, la vida es un vendedor de cosas buenas. Es en realidad el único vendedor que se extrañará cuando deje de tocar la puerta.

Twitter: @NavaCondarco

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