La puntualidad no es una virtud, es un requisito elemental

La puntualidad debe diferenciar a las personas entre aquellas que valen la pena y merecen consideración y las que no. ¡Simple!

Así como no es razonable aceptar que la honestidad sea una cualidad que distinga a una persona (porque de hecho se estaría asumiendo la deshonestidad como norma), tampoco es razonable considerar que una persona puntual merezca destacar por ése hecho.

Los adjetivos los merece la persona impuntual, no aquella que no lo es.

La puntualidad no es una virtud, y la impuntualidad es un defecto.

Dos hechos concretos demuestra la persona impuntual (aunque no son los únicos):

1.- Que no puede ordenar aspectos básicos de su vida.

2.- Que no respeta a los demás.

Esto es  suficiente para no tomarlo en cuenta en nada importante.

Las Sociedades no se vuelven mediocres por las cosas que dejan de hacer. Más bien por la aceptación progresiva de hechos y situaciones inapropiadas para el interés colectivo.

La impuntualidad es una muestra de mediocridad. La persona impuntual es un individuo mediocre por mucho que tenga otras virtudes. El relativismo en esto no funciona.

La impuntualidad no es poca cosa, no tiene nada que ver con un detalle o consideración marginal. Las causas y efectos de ella son elementos trascendentes en la vida de la gente. Como personas primero y en su calidad de agente social.

No se equivoca quién descarta de plano a la persona impuntual en temas de trabajo, negocios, relaciones personales u otro tipo de colaboración. Existen pocos elementos que tengan la misma solidez para discriminar a los hombres entre los que vale la pena evaluar y los que no merecen el esfuerzo.

Ahora bien, ¿qué debe entenderse por impuntualidad? También esto es sencillo: Impuntual es quien NO llega CON ANTICIPACIÓN a una cita o evento concertado.

La puntualidad no radica en llegar “a la hora prevista”, consiste en llegar ANTES que ésta se cumpla. Bien lo expresa el dicho de la cultura inglesa: “más vale llegar una hora antes que un minuto después”.

Y es que la puntualidad está estrechamente vinculada a criterios que le son preciados a la mayoría de las personas: eficiencia, productividad, rutinas, planes, previsiones.

La persona impuntual no es eficiente, por mucho que algo de eso demuestre en otras facetas de su desempeño.

Por otra parte el hombre puntual siempre demuestra eficiencia, dado que trabaja  bien los factores que anteceden a la cita. Y de su formalidad se infiere que abordará el objeto de la reunión con la misma eficiencia, para así mismo atender sus futuras obligaciones.

Esto demuestra el hombre puntual: orden y respeto por lo que sucede ahora para conservar orden y respeto por lo que sucederá después.

Se equivocan quienes juzgan la puntualidad de acuerdo a un evento. El hombre puntual lo es para todos los eventos. Puesto que si es serio en uno, ha tenido que trabajar en lo previo de igual manera. Y lo hará también en lo posterior. La puntualidad es una “cadena virtuosa” de eficiencia.

La persona impuntual no es productiva. Porque la puntualidad está vinculada a la Administración de Energía, fundamento de la administración del tiempo y la productividad personal. La persona impuntual derrocha y malgasta energía para componer su desorden, y la energía es un recurso finito.

Las personas responsables dedican una vida entera a ser lo más eficientes y productivos que puedan. Pero el individuo impuntual se ahorra ése esfuerzo, dado que su defecto lo califica definitivamente.

¿Y la falta de respeto asociada a la impuntualidad?

Esto es de hecho más reprochable que la ineficiencia y falta de productividad. Porque por su solo acto la persona impuntual provoca problemas de eficiencia y productividad en los demás.

La impuntualidad de una persona afecta el rendimiento individual de los que se ven obligados a interactuar con ella y altera el producto de la sinergia colectiva.

Existirá diferencia en el rendimiento grupal si los miembros llegaron antes del momento fijado, si lo hicieron “justo a tiempo” o si se generaron atrasos. La diferencia en los resultados estará garantizada. Hace falta el esfuerzo de todos para maximizar el resultado de una reunión y solo la impuntualidad de uno para afectarlo todo.

¡No importan las excusas! De esto el hombre impuntual está siempre munido, y en ello demuestra experticia innegable. La mejor excusa para la impuntualidad es justamente excusarse de acudir a la cita, ¡punto! En ello hay, al menos, algo de respeto y dignidad.

¿La puntualidad se aprende?

¡Seguro! Pero el proceso no es nada simple. Especialmente porque la impuntualidad no es un defecto cosmético, es un asunto de fondo (a pesar que el propio impuntual así no lo considere). Si no fué parte de la educación temprana, costará mucho desarrollarla luego.

Si la impuntualidad acompaña al hombre cuando alcanza su madurez social, se convierte en  producto de una serie de aspectos que deberán componerse por separado. Porque así como la fiebre es un síntoma de algo que aqueja al organismo, así la impuntualidad es un síntoma de que muchas cosas carecen de orden en la vida de la persona. La fiebre se erradica atacando el cuadro de la enfermedad, la impuntualidad se elimina trabajando todos los factores que finalmente la generan.

Si un “iceberg” dijera que constituye un problema “superficial” no se ajusta a la verdad. De igual forma sucede con la persona impuntual cuando considera que el defecto puede resolverse desde el efecto y no desde las causas.

No ha resuelto el problema quién se ve obligado a realizar esfuerzos extraordinarios para no ser impuntual. Lo ha resuelto quién un día reconoce que precisamente la puntualidad debe ser un acto natural de su comportamiento.

Y en realidad ése día solo es el comienzo. Porque la puntualidad no es una virtud, es solo una condición elemental para el relacionamiento social.

Ni siquiera en una Sociedad evidentemente mediocre la puntualidad es un atributo o una ventaja competitiva. Porque a lo sumo sería similar a la ventaja que tiene el tuerto en el país de los ciegos. Por lo tanto, cuando la persona impuntual cambia su condición sólo se ha inscrito en la línea de partida de una carrera que demanda muchas otras cosas.

Por último, un par de consideraciones para aquellas personas que por “algún motivo” deben tolerar la impuntualidad de otros:

1.- Están en el lugar o con la persona equivocada. La impuntualidad es contagiosa.

2.- Hay algo que deben corregir con premura. Triste es el caso de quién se siente obligado a tolerar, por cualquier motivo, la impuntualidad ajena. O bien adolece de un grado injustificable de dependencia, carece de autoestima o entiende que es un problema menor. De todo ello, esto último es lo peor.

Twitter: @NavaCondarco

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