Mente de Rico, Mente de Pobre ¿existe realmente eso?

Debemos asumir que la alusión a Mente de Rico o Mente de Pobre hace referencia a una manera de pensar, y en ése sentido las calificaciones posiblemente sean apropiadas. Los problemas surgen cuando se intenta definir el tipo de riqueza o pobreza que se está tratando. En éste punto todo se vuelven incómodo y difuso.

La riqueza se asocia mayormente a los aspectos materiales y la pobreza a la falta de ellos. Luego, posee Mente de Rico quién esencialmente tiene capacidad de generar cosas materiales (dinero fundamentalmente), y Mente de Pobre quién (a pesar de quererlo en muchos casos), no lo puede conseguir. Todo conduce desde aquí, a “incentivar” a quienes poseen “mente de pobre” para que cambien su forma de pensar y se vuelvan ricos.

En el mejor de los casos, esta forma de ver y plantear las cosas responde a “pereza intelectual”. Y en el extremo negativo es una forma poco piadosa de “jugar” con los deseos y expectativas de la gente.

Veamos primero la arista más benigna.

¿Por qué se afirma que éste análisis responde a “pereza intelectual”? Principalmente porque la interpretación de riqueza no puede restringirse al aspecto material y monetario.

Riqueza no es lo mismo que fortuna financiera. Ser rico no es igual a ser “millonario”.

¡Existen “millonarios” que son esencialmente pobres! Y personas que no poseen fortuna financiera y sin embargo pueden considerarse ricos en todo el alcance de la palabra.

Quienes pregonan las premisas de mentalidad de riqueza o pobreza, se refieren específicamente a riqueza material, pero pocas veces hacen la indispensable precisión.

Afirman que el hombre con Mente de Rico (o el famoso “padre rico”), tiene facilidad de generar riqueza material, y el hombre con Mente de Pobre (o el “padre pobre”), también lo desea, pero tiene dificultad en conseguirlo.

Si se establecieran las básicas diferencias,  estas precisiones no tendrían nada de reprochable.

Sin embargo como lo anterior no existe, surge la arista menos benigna del tema: gente que camina por la vida absolutamente frustrada por el hecho de querer ser “rico” y no poder conseguirlo. Personas convencidas de tener “mente de pobre”, cartel de pobre y título de pobre. Y cuando el adjetivo de pobreza queda desvalorizado por el abuso que se hace de él, aparecen los sinónimos baratos: perdedor, soñador, “carente de ambición”, mediocre, “conformista”, etc.

Ciertamente existe toda una industria detrás de quienes se presentan con la intención de convertir a medio mundo en millonario.

Es cierto que el objetivo tiene mérito, puesto que un mundo de “millonarios” sería un buen lugar en muchos sentidos. Pero jugar con la sensibilidad de las personas no es admisible.

Por otra parte, parece que las “recetas” de la “industria de confección de millonarios” tampoco son muy buenas. Es fácil demostrar que la demografía planetaria no ha cambiado en este sentido, al menos no de la forma que ellos plantean. En realidad, incluso existen cada vez menos millonarios en proporción al conjunto de la población.

Benditos sean los millonarios, ¡por supuesto! En sus manos se encuentra buena parte del bienestar económico y social de la especie. Y benditos por doble partida quienes quieren serlo y lo consiguen. Ninguna palabra de éste texto pretende desmerecerlos. Pero no es razonable asociarse con mansedumbre a la pereza reflexiva que acompaña la dicotomía de riqueza-pobreza y los efectos perniciosos que ocasiona.

El mundo no se divide en hombres con Mente de Rico y hombres con Mente de Pobre, de ninguna manera. El mundo es una paleta multicolor, no un lienzo monocromático.

Si por algún motivo la clasificación fuera obligatoria, como mucho podría discriminarse al género humano entre quienes son felices y aquellos que sufren. La conceptualización de felicidad, a diferencia del dinero, da para muchas interpretaciones. Y la de sufrimiento también.

No puede negarse que si se hace una consulta y se obtienen respuestas honestas, muchos afirmarán que quieren riqueza material. El objetivo es virtuoso, loable desde el ángulo que se mire. Pero afirmar luego que si el objetivo no se alcanza es porque no se tiene “mente de rico”, es un atrevimiento desmedido.

Afirmar con ligereza que la “mente de pobre” proviene de “herencias generacionales” y patrones culturales ancestrales responde, por decir lo menos, a una irresponsable simplificación de las cosas. No se diga afirmar que el hecho esté asociado a factores raciales.

El tema es en realidad más complejo de lo que les está permitido evaluar a quienes sostienen el afán de “fabricar millonarios”.

En todo caso, es más correcto, útil y productivo, relacionar la “mentalidad de pobreza” a la gente que se impone limitaciones. Y la “mente de rico” a quienes trabajan arduamente para alcanzar el potencial que tienen.

Es cierto que la mayoría de los hombres no viven de acuerdo a la “mejor versión” de sí mismos. Y esto podría calificarse como pobreza. ¡Pero existe una diferencia monumental con los argumentos anteriores!

El ser humano es una criatura maravillosa, llena de posibilidades y poder. Un gigante que vive conscientemente (por efecto de su gran inconsciencia), la realidad de un enano. Su estado de vida habitual dista mucho de su potencial. Así transita la existencia y así muere, en la mayoría de los casos llevándose aspiraciones y sueños inconclusos a la tumba. En éste sentido si es mediocre, y pobre también. Pero ello no tiene nada que ver con su medida “financiera”.

El objetivo de todo hombre con sana ambición tendría que ser alcanzar la mejor versión de sí mismo.

Esta debería ser la naturaleza de su vida. Ésa “mejor versión” perfecciona sus potencialidades. Lo califica en su periplo por la tierra. Y si lo conduce también a terminar la historia lleno de millones, ¡maravilloso!

Mentalmente pobre es el hombre que no comprende que la mejor versión de sí mismo es un estado que él ES en esencia.

Uno que debe recuperar y tomar por derecho.

Es él mismo quien, a pesar de ser un gigante, actúa como enano. Siendo un ser maduro, se comporta como niño. Y no hace esto por ninguna imposición o fatalidad, tampoco por ignorancia. Lo hace por simple comodidad, por injustificable pereza. Le resulta cómodo vivir como un niño y auto-limita sus facultades. Le es fácil desenvolverse con los recursos de un enano y elude las responsabilidades de su verdadero tamaño. Mente Pobre, sí, en ése sentido.

Por otra parte, ése “enano” tiene la fortuna de poseer congéneres que no toman el mismo camino y viven de acuerdo a su naturaleza. Ellos construyen el mundo que finalmente habitan todos. A veces existe la tentación de calificarlos como “hombres grandes”, pero en realidad son solo seres que han alcanzado la mejor versión de sí mismos, y viven de acuerdo al potencial con el que llegaron a esta tierra.

A diferencia de la dicotomía simplista que divide individuos de Mente Pobre y Mente de Rico, los hombres que alcanzan la mejor versión de sí mismos consiguen también riqueza integral.

O cabría decir, la verdadera riqueza.

Porque un hombre que ejercita todo su potencial es un ser completo. Uno que se ha vencido a sí mismo y ha regresado a su esencia. A éste individuo no le está privada riqueza alguna, y de hecho, él mismo no se siente extraño a ninguna. ¿Millonario?, posiblemente, pero por defecto, porque la riqueza material alcanza siempre a quién se desenvuelve en su estado superior.

No hay mérito en ninguna causa que desee hacer de cada persona un “millonario”, tampoco una lógica práctica. En el proceso de alcanzar la mejor versión de sí mismo, cada quién toma el cauce que mejor le sienta. Pero nadie termina carente.

El hombre que ha superado auto limitaciones y alcanza la victoria sobre sí mismo, difícilmente termina en angustia, amargura o sufrimiento. Situaciones, que por otra parte, no son extrañas para muchos “millonarios” comunes y corrientes.

¿Quiere ser millonario?, pues comience la campaña para alcanzar su potencial, su “capacidad instalada”.

¡Eso es contruir una Mente de Rico!

Desarrolle y aplique los talentos incomparables con los que ha llegado a esta tierra, sus dones, habilidades y destrezas.

No hay dos hombres iguales sobre la faz del planeta. Y esto es bueno, porque quiere decir que cada quién es incomparable en valor y riqueza. Y si no quiere necesariamente ser millonario, igualmente alcanzará la riqueza al convertirse en la mejor versión de sí mismo.

¿Cómo se consigue ser la mejor versión de uno mismo?

Primero entendiendo que es una condición natural. Uno ES la mejor versión de sí mismo pero no ejerce. No es cuestión de convertirse en nada en particular, es un estado que siempre ha existido y se debe activar.

La mayoría de las personas vive en un estado que no los perfecciona, pero también sabe bien cuál es su mejor versión. Se trata entonces de invertir cada acto en corregir, modificar o descartar lo que impide alcanzar el estado ideal. Ésa es la batalla para llegar a la riqueza integral. El objetivo es vencer y superarse a uno mismo hasta alcanzar el modelo.

¿Esta “distancia”, ese “gap” entre el hombre que se Es hoy y la mejor versión de uno mismo, responde a procesos mentales que se deben cambiar? Posiblemente. Pero en todo caso NO son procesos relacionados a una Mente de Rico o una Mente de Pobre. Es algo mucho más prosaico, aunque de intimidante dificultad.

El camino para llegar a la mejor versión de uno mismo puede comenzar, en algún caso, en el horario que se adopta para levantarse de la cama. O en la reacción que se tiene ante una afrenta. Hechos simples y banales, revestidos sin embargo de una dificultad que haría palidecer esfuerzos destinados a la acumulación de oro.

El mundo no va a cambiar porque todos tengan riqueza material. Más bien porque todos los hombres alcancen la mejor versión de sí mismos.

Y probablemente esto podría entenderse mejor de otra forma:

Nadie alcanza riqueza genuina sin primero vencer las limitaciones que se ha impuesto, y vive de acuerdo a la capacidad que le vino instalada “desde la fábrica”.

Twitter: @NavaCondarco

Suscríbete a mi Boletín y recibe las próximas Publicaciones en tu correo

Recibe el mejor Contenido directamente en tu Correo:

Loading
Compartir