¿Qué nos impide llegar a la Grandeza?

La respuesta parece simple: la “pequeñez” es lo que impide que se alcance la Grandeza. La mayoría de la gente es poco consciente de los esfuerzos que hace cada día para ser y permanecer “pequeña”. Ha sido “programada” desde siempre para ser así.

Temprano se le hizo comprender que el sueño de convertirse en “astronauta” era sólo un juego, y la idea de explorar y conquistar el mundo correspondía a un cuento, y no a la “vida real”. Pronto se le enseñó la importancia de “mantener los pies en la tierra” y dejar de soñar.

Con impaciencia se esperó que alcanzara la madurez y preparación necesaria para enfrentar las dificultades de la vida. Temprano, muy temprano, se la volvió experta para entender y vivir la “realidad”. Ésa que vivieron quienes la educaron: la familia en primer lugar y después las organizaciones llamadas a formar.

Muchas cosas se hallan contempladas en la Grandeza, pero la más importante es la realización del potencial con el que cada quién nace.

Así como la biología determina el tamaño que alcanzan los cuerpos en su desarrollo, la condición del hombre establece márgenes amplios para lo que puede conseguir. Pero en tanto no se colocan límites para el crecimiento corporal, desde muy temprano los existen para el desarrollo como personas.

Bueno es preguntarse, por ejemplo, ¿por qué la naturaleza ha proporcionado al ser humano la capacidad de soñar? ¿Por qué le ha dotado de imaginación? ¿No corresponde suponer que esto ha sido otorgado para usarse a discreción? ¿No es cierto que el mundo es producto de aquello que se soñó y luego se hizo posible?

Los sueños y la imaginación no son procesos ociosos que alejan el entendimiento de la “realidad”. Son, en todo caso, elementos que permiten construirla progresivamente. Así se alcanza la Grandeza.

Soñar es requisito fundamental de la Grandeza. Todo es posible en los sueños, y ésa posibilidad es la que activa la dinámica que conduce a los logros.

A los virtuosos de lo técnico les gustaría agregar que existe diferencia entre lo posible y lo probable, pero coincidirán que sin “posibilidad”, la “probabilidad” no existe. Ciertamente es probable que no todos alcancen o cumplan sus sueños, pero es justamente ésa caminata la que califica la Grandeza.

El hombre que no pierde sus sueños, extrema esfuerzos para hacerlos realidad. O al menos camina con la vista fija en ellos, allá en el horizonte. Y así construye camino para aquellos que lo acompañan o le siguen.

Si se entiende (con el respeto del caso) que todos los seres humanos están hechos con la misma “materia prima”, entonces nada de corte “estructural” diferencia a los grandes hombres que dejaron su firma en el planeta. Ninguno de ellos tenía otro color de sangre. La diferencia está en el aspecto “funcional”: los grandes hombres tienen una idea muy distinta de las imposibilidades y los límites.

Limitarse nunca es lo mismo que establecer límites. En un caso se reprime y en el otro se acota.

En tanto que lo segundo puede considerarse racional y práctico, lo primero castra potencialidades. Para el hombre que transita los caminos de la grandeza, los límites constituyen hitos que se deben alcanzar y luego superar. Quien se limita establece fronteras estrechas que se propone conscientemente no violar.

Para algunos, las montañas que se encuentran en el camino constituyen la exigencia para empezar a escalar. Para otros representan el final del trayecto. En tanto que unos las conciben como un límite que hay que superar, otros la interpretan como un límite para su caminata.

Hay un motivo por el que estos programas mentales que sustentan la “pequeñez” son tan efectivos: se fundamentan en la tendencia natural del hombre a la comodidad. Mientras que muchos pueden suponer que se privilegia la “seguridad”, en realidad es solo un esfuerzo para construir una “zona de confort” donde todo sea previsible, y se eviten decepciones y frustraciones.

La Grandeza tiene por supuesto un costo, como todas las cosas en la vida, y éste se manifiesta, casi siempre, como decepción y frustración. Pero éste es un costo que se paga por las acciones que se emprenden, no por la vida que se tiene.

La Grandeza establece innumerables decepciones antes de otorgar un fruto, y genera por supuesto frustración. Sin embargo la “pequeñez” termina construyendo una vida decepcionante y una existencia frustrada.

Quien teme la decepción, finalmente adopta la cómoda decisión de limitar sus actos a lo seguro y previsible. Quien tiene temor a la frustración no se empeña mucho en conseguir lo que pretende. Ser “pequeño” es cómodo y seguro, una realidad que bien conoce el niño que se lleva dentro.

No debería ser difícil demostrar que la Grandeza es una condición natural de los seres humanos. Solo hace falta ver los logros de la especie. Desde aquello que la mantenía en una caverna a las condiciones que hoy le permiten explorar otros mundos. De la triste realidad de morir por un resfriado, a la posibilidad de combatir con ventaja enfermedades pavorosas. El tránsito de la fría oscuridad al calor y luz de los hogares modernos. De la comunicación por señas, a sociedades totalmente interconectadas. De un mundo cuyas distancias devoraban, a uno donde todo es alcanzable.

Los constructores de esto fueron personas comunes que nunca concibieron la “realidad” como una limitante, más bien como algo que debía transformarse. Seres con la idea clara de que la vida convoca luchadores o víctimas, y que no existe otra categoría.

Personas que entendieron que la decepción es tan natural e inevitable como un estornudo. Y la frustración una compañera de viaje. Individuos excepcionales. Soñadores indomables.

Gente “valiente” y sin miedo al trabajo duro. Consciente del destino y del porvenir (que tanta diferencia tiene con el “devenir”). Personas con sana ambición, inconformistas irremediables. Rebeldes en cada célula, irreverentes, atrevidos e indomables. Y sobre todo LIBRES, en pensamiento y acción. ¡LIBRES siempre! Porque no hay valor más grande que la libertad, y no existe Grandeza que no tenga en ella su fundamento.

La Grandeza se cosecha cuando se ha sembrado fe y trabajo en lo que se busca. Cuando ésta semilla ha sido regada con amor propio, por la tarea y el objetivo. Cuando la siega se acompaña de humildad y agradecimiento.

Al hombre común se le debe pedir que piense en grande, pero para la Grandeza esto es una condición y no un requisito, puesto que no existen límites para el pensamiento. ¿Qué es un pensamiento pequeño?

Theodore Roosevelt describía bien el carácter del hombre Grande: “El crédito le pertenece al hombre que está en la arena, cuyo rostro está lleno de polvo, sudor y sangre, que lucha valientemente, que se equivoca y se queda corto una y otra vez. Que conoce los grandes entusiasmos, las grandes devociones, y gasta su vida por una causa justa”.

A los padres les queda la responsabilidad de entregar a quienes les siguen éste programa mental: el de las posibilidades ilimitadas, de los sueños que deben perseguirse.

Los pequeños necesitan saber que el mundo al que se los trajo es el de los Da Vinci y los Verne, Marco Polo y Von Braun. De aquellos que miraron al cielo no solo para clamar, también para gritarle que pronto lo alcanzarían.

Y si hay que hablar de la “realidad” con los hijos, posiblemente lo mejor que se les puede decir es que “tengan los pies en la tierra, pero que nada los obliga a tener la cabeza a la altura de los pies”.

Twitter: @NavaCondarco

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