Si no hay solución no hay problema. ¡Simple!

Si no hay solución no hay problema. En el fondo es así de simple. Una de las causas más importantes de angustia es la impotencia para resolver un problema. Es una situación frustrante que altera el equilibrio emocional y “secuestra” a las personas para convertirlas en rehenes de sus propias limitaciones.

Problemas no resueltos impiden atender eficientemente las tareas. Roban tiempo precioso y castigan los procesos reflexivos. La concentración desaparece y el desenvolvimiento se debilita. Esta situación torna vulnerables a las personas y las sumerge en incertidumbre.

Problemas no resueltos constituyen puertas abiertas para más problemas.

(Temática abordada en el libro “Cómo enfrentar y resolver problemas en los emprendimientos y en la vida“, de Carlos Nava Condarco)

La buena noticia es, sin embargo, alentadora. ¡Todo problema tiene solución! Y a tal punto esto es verdad, que “si no hay solución no hay problema”.

Y tómese nota de esto, puesto que no se afirma que los problemas tengan UNA solución, más bien que todos TIENEN solución. La eficiencia en la resolución del problema es más valiosa que la efectividad. Algunas soluciones pueden alcanzar mejores o peores resultados, pero no existe estado irresoluto. La calidad de la solución es otra cosa.

Se puede entender que hay respuestas que solo agravan el problema (remedios que resultan peores que la enfermedad). Pero aún en estos casos queda demostrado que existen soluciones.

Cualitativamente, hay diferencia en entender que todos los problemas tienen solución (buena o mala), a suponer que existen problemas irresolubles. La primera situación involucra capacidad de acción, la segunda solo genera impotencia y frustración. Hay diferencia entre actuar mal y estar paralizado.

El único problema irresoluble se inscribe en el imaginario de la gente.

El hombre tiene esa poderosa capacidad de visualizar el futuro, anticipar estados, calcular probabilidades, evaluar hipótesis. En un momento dado incluso vive efectivamente esas situaciones imaginarias.

El fenómeno del “¿y qué pasaría si….?” es posiblemente el mayor enemigo que tiene la paz mental.

Imaginar situaciones hasta el punto de “vivirlas” anticipa un problema. Y éste no tiene solución porque efectivamente NO EXISTE. Si no hay solución no hay problema.

Ahora bien, anticiparse a los problemas forma parte del trabajo que debe hacerse, pero “anticipar” el problema es algo diferente. Un problema no puede anticiparse: un problema es o no es. Toda confusión en esto resulta costosa.

El hombre previsor es el que se anticipa a los problemas, no es el que anticipa la presencia de ellos.

La gente que vive en el mundo del “¿y qué pasaría si…?” efectúa un ingreso voluntario al purgatorio. Ése universo del “puede ser…”. Y es tanta la gente que vive así que obliga a conceptualizar ése universo de “posibilidades”. Uno en el que SI hay problemas que no tienen solución y gente completamente paralizada.

Una forma de evitar que la vida en el universo del “¿y qué pasaría si…?” termine siendo destructiva, es visualizar el futuro siempre en términos positivos.

Esto no conduce a la realidad (en los estrictos términos físicos), pero interpone condicionamientos favorables en la disposición y actitud de las personas.

La opción de visualizar las cosas con lente positivo ¡no cuesta NADA! Es preferible pecar de optimismo y no alcanzar los resultados deseados, que hacer carne de  conflictos imaginarios. La visualización en positivo produce energías positivas.

Otra manera de no anticipar problemas es activando la mecánica de “transitar cada día en su propia afán”.

Es sólo el momento presente el que le está permitido vivir al hombre. Solo en él tiene efectivamente dominio sobre sus actos e influencia sobre sus circunstancias.

Por ello es lógico “abrir y cerrar” el día con el mismo determinismo con que la claridad lo inaugura por las mañanas y la penumbra lo clausura por las noches. Otorgando a cada día sus propias cargas, nada menos, y sobretodo nada más. El programa termina al final de la jornada. El telón DEBE caer, porque a la vez la función DEBE continuar el día que sigue.

Finalmente el sueño es poderoso consejero. La solución de muchos problemas toma forma mientras se duerme. Y es absurdo privarse de tamaña bendición, especialmente al amparo de “problemas que no dejan dormir…”. La relación es inversa: los problemas no deben quitar el sueño, es más bien el buen sueño quien contribuye a su resolución.

Por eso es necesario “abrir y cerrar” apropiadamente cada día. Mientras está activo invertir lo mejor en cada acto, comprometiendo la esencia de lo que se es y lo que se puede. Luego, llegada la última hora, desactivar todo.

Y para los que afirman que esto es vana simplificación de la realidad, facilismo, muestra de inocencia o ingenuidad, va planteada la siguiente pregunta: ¿qué se gana entendiendo las cosas de otra manera? ¿Dónde están aquellos que conforman la galería de notables que resolvieron más problemas en tanto que no durmieron? ¿Quién entre los preocupados, sostiene el record de problemas resueltos? ¿Se le conoce fotografía reciente, certificado médico o testimonio familiar?

Desde tiempos inmemoriales está planteado el imperativo para que “no se ponga el sol sobre el enojo”. Y aquí resulta útil hacer un paralelo: “que no se ponga el sol sobre los problemas”.

Si el día estuvo bien aprovechado y el problema no fue resuelto, mañana se verá. La indispensable pausa no es herramienta de irresponsables o indiferentes, es arma poderosa en mano de inteligentes.

Las personas “afanadas”, aquellas que a título de “responsables” viven al ritmo que les imponen sus problemas hubieran querido construir el canal de Panamá con picos y palas. Y hasta el día de hoy seguirían trabajando. Las personas inteligentes resuelven sus problemas y conquistan metas sobre caminos asfaltados. En esta tarea no hay “atajos” efectivos.

El diccionario dice que preocupación es: “intranquilidad, inquietud o temor que provoca alguna cosa”. Y sus sinónimos son: “desasosiego, ansiedad, nerviosismo, inquietud, pesadumbre, malestar desazón, recelo, insomnio, angustia, manía, neurosis…”

Visualícese una persona “preocupada” tratando de resolver sus problemas en medio de inquietud, temor, malestar, desazón, angustia. ¡Es absurdo! Sin embargo la “sabiduría popular” pretende que se acepte que una persona “preocupada” es precisamente aquella que le está prestando más atención a la resolución de sus problemas, anticipándose y ganando tiempo (por eso mismo está “pre-ocupada”).

La preocupación en realidad no es antesala para la resolución de un problema. Es más bien consecuencia de problemas mal resueltos. Nada se gana con preocupación. Es más, cuando se llega a ése estado la batalla ya tiene curso desfavorable.

Y es que con los problemas se libran batallas. Y si bien no siempre se ganan tampoco se emprenden para perder. El hombre curtido en la pelea extrae beneficios tanto de la victoria como de la derrota, pero juega a ganar. El hombre preocupado ya ha sido derrotado antes de pelear. Porque aun cuando llega a resolver sus problemas, ha perdido sosiego, tranquilidad y paz. Esto debilita el espíritu para siguientes confrontaciones.

Tampoco faltan quienes sugieren que el consejo de no prestar atención a problemas imaginarios es una ingenuidad.

Dicen que la vida no es una taza de leche y debe tomarse conciencia de la “cruda” realidad con los pies sobre la tierra. A ellos corresponde responderles que si bien es razonable “tener los pies sobre la tierra”, nada obliga a tener la cabeza a la altura de los pies.

Todo versa sobre la calidad de vida que se desee tener en el breve suspiro de tiempo que la existencia otorga. Sobre esto debe construirse el paradigma. Comprender, en ése sentido, que todos los problemas tienen solución ayuda mucho. Y racionalizarlo contribuye a la paz del alma.

No hay margen de error al afirmar que SI NO HAY SOLUCION NO HAY PROBLEMA.

Es bueno recordar esto cada día. Porque aumenta la fe en la victoria. Y bien ha sido dicho por una sabiduría superior que la fe mueve montañas.

Twitter: @NavaCondarco

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