Tener problemas es natural, volverlos un drama es un error

Tener problemas no es en realidad “el problema”, hacer de ello un suceso conmovedor e intenso sí lo es. Lamentablemente la asociación entre problemas y drama está consolidada en la psicología personal y social desde hace mucho, al punto que solo varía el grado de dramatismo de acuerdo al tipo de conflicto que se enfrente.

Sin embargo los problemas nunca deben vincularse al infortunio, porque son solo síntomas, manifestaciones de una dinámica en particular. Quién reconoce y entiende esto posee gran ventaja para tener una vida de calidad.

(Temática tratada en el libro: “Cómo enfrentar y resolver Problemas en los Emprendimientos y en la Vida” de Carlos Nava Condarco)

Tener problemas es, la mayor parte de las veces, una señal de acción, de movimiento, de dinámica propositiva. Es una demanda para ajustar y corregir el curso de las cosas de acuerdo a los objetivos y planes que se sostienen. Si los problemas “no se manifestaran”, no habría forma de corregir los eventos, y los resultados serían frecuentemente negativos e irreversibles.

Los problemas son requerimientos de ajuste en el devenir de las cosas. Así de simple tendría que ser la interpretación del asunto, ¡y así de conveniente! Porque si se asocian problemas con ajustes y correcciones, aquellos forman automáticamente parte del circuito de calidad de los procesos. Sin la existencia de problemas sería imposible establecer medidas de calidad y excelencia.

La calidad de los procesos, y la propia categoría de las personas, son una medida de la cantidad y del tipo de problemas que enfrentan y resuelven favorablemente.

Como ejemplo sirve el caso de la industria de aviación, posiblemente el sector donde más expuestos están los procesos de calidad y las necesidades de excelencia. La industria aeronáutica da saltos cuánticos en sus estándares cada vez que se produce una tragedia. Del problema extraen conclusiones y experiencias que otorgan mucha más calidad y seguridad a los futuros procesos y al sistema en general.

En tanto no existen problemas que enfrentar y resolver, los procesos y dinámicas son de baja calidad, comunes e irrelevantes.

Ahora bien, ¿a qué puede atribuirse entonces ésa sensación universal de drama con referencia a los problemas?

Hay tres tipos de personas respecto a esto:

  1. Las que asumen los problemas con incomodidad
  2. Aquellas que los asumen con naturalidad
  3. Las que los asumen con expectativas positivas

De los individuos que asumen los problemas con incomodidad.-

Es un hecho que el mayor número de personas corresponde a este grupo. Ello explica el sólido vínculo entre conflictos y drama.

Los problemas incomodan a gran parte de la gente. Que las cosas no sean (o marchen) como las esperan, les genera conflicto en diverso grado. Hay los que reaccionan moderadamente a la incomodidad y quienes la internalizan sensiblemente.

En esto, curiosamente, no es siempre el tipo de problema el que condiciona el drama, más bien el tipo de persona. A individuos muy sensibles a la incomodidad, incluso situaciones insignificantes les provocan conmoción, especialmente si tienen posibilidad de repetirse con frecuencia.

Porque la incomodidad altera los nervios en tanto se repite. Por eso se procesa con menos dramatismo la molestia de esperar parado la atención en una caja de Banco, que hacer fila para ingresar al trabajo cada día.

Por otra parte, la “incomodidad” tiene efecto acumulativo. La tolerancia se reduce en tanto suman  motivos y consecuencias. Esto provoca que nuevos problemas, aunque objetivamente irrelevantes, contribuyan a la generalización del drama. Así se comprometen otros factores: tolerancia, paciencia, resiliencia, etc.

Ahora bien, parece que tener problemas hoy no es lo mismo que antes. El mundo aparenta ser más complicado que nunca, ¿o no? Pero hay una forma de explicar esto: las personas son ahora mucho más sensibles a la incomodidad de lo que fueron antes.

No hace falta gran esfuerzo para encontrar evidencias de esto. Hay que pensar simplemente, la incomodidad que le genera a una persona promedio caminar medio kilómetro cuando no esperaba hacerlo. O la molestia que tiene por dormir alguna noche calurosa sin aire acondicionado debido a un desperfecto de los equipos.

El nivel de tolerancia a las incomodidades es inversamente proporcional al desarrollo que tienen las propias comodidades. Es tan “sencillo” vivir hoy en términos de muchas cosas que antes se consideraban complejas, que cualquier alteración detona incomodidad y molestia, cual si se tratase de una tragedia.

El resumen bien puede ser este: mayores avances y mejores condiciones de vida equivalen a menor tolerancia a la incomodidad e individuos más susceptibles y débiles.

Esta es una era de gran dramatismo en la vida de muchas personas. Pero no lo es por condiciones estructurales, más bien por el asombroso nivel de sensibilidad que se tiene a las incomodidades.

Éste es en realidad el problema, y uno que no se corrige como corresponde.

De los individuos que asumen los problemas con naturalidad.-

Tener problemas es algo natural, y en ése sentido es posible asumirlos sin incomodidad. Es tan natural un día de sol como uno de lluvia. Dependiendo de las circunstancias, alguno puede generar inconvenientes transitorios, pero de allí al drama…

Las buenas noticias son tan naturales como las “malas”. Y las comillas sirven, porque la interpretación siempre es importante: ¿qué es bueno o malo, y dependiendo de quién?

Tener problemas y asumirlos con naturalidad está más cerca de ésa virtud preciosa que pueden cultivar los seres humanos: la ecuanimidad. Un estado de estabilidad y compostura psicológica que no se ve perturbado por la experiencia o exposición a emociones u otros fenómenos que pueden causar la pérdida del equilibrio mental.

Cuenta la historia del granjero ecuánime que un día recibió la noticia de que el único caballo de su granja estaba perdido. Los vecinos se acercaron a consolarlo y le expresaron su pesar por la “mala suerte” que había tenido.

El granjero les contestó: “¿mala suerte, buena suerte, quién sabe?”.

Unos días después el caballo perdido retornó a la granja con otros siete caballos salvajes. Los vecinos se acercaron nuevamente a la casa del granjero y le dijeron: “qué buena suerte, regresó el caballo y trajo siete animales más”.

El granjero les respondió: “¿buena suerte, mala suerte, quién sabe?”

Poco tiempo después, cuando trataba de domar uno de los caballos salvajes, el hijo del granjero cayó al suelo y se rompió las dos piernas. Entonces los vecinos llegaron apenados y le dijeron: “qué mala suerte, tu único hijo se lastimó severamente y no podrá ayudarte con las tareas”.

Y el granjero les respondió de nuevo: “¿mala suerte, buena suerte, quién sabe?”

Al poco tiempo pasaron por la granja emisarios del ejército del rey reclutando a todos los jóvenes en edad de servicio para una guerra que se libraría pronto. Y como el hijo del granjero tenía las piernas rotas no pudieron contar con él. Enterados de esto, los vecinos llegaron donde el granjero y le dijeron: “qué buena suerte. Al estar tu hijo lastimado no pudieron enlistarlo para la guerra y su posible muerte”.

Y el granjero les contestó: “¿buena suerte, mala suerte, quién sabe?”

Las cosas siempre tienen un curso natural. Suceden porque suceden, y en ello no debe haber motivo de falsa exaltación o fatalidad. Tener problemas es algo natural, y así se los debe asumir.

De los individuos que asumen los problemas con expectativas positivas.-

Estas son personas que se sitúan en el extremo opuesto de aquellas que al tener problemas fabrican el drama. Trascienden la naturalidad con la que deben asumirse estos fenómenos y los convierten en hechos y situaciones mejores al estado original.

Son individuos que esperan con cierto entusiasmo los problemas, porque saben que les pueden proporcionar elementos y pistas para mejorar.

Esto es parecido a lo que sucede con los “desechos” que se reciclan para producir energía. En tanto que para muchos son un “output” que hay que dispensar, para otros son un “input” que activa procesos de valor.

Ahora bien, no es completamente cierto que “todo problema (o crisis) constituya una oportunidad”, pero sí es verdad que todo problema se puede convertir en oportunidad. Es un asunto de empeño y trabajo. No es sencillo, pero precisamente por esto constituye la mejor forma de distinguirse entre los demás.

La mayoría de las personas asumen los conflictos con incomodidad. Muchas de ellas los convierten en dramas que suman congoja y pesar a sus vidas. Pocos desarrollan ecuanimidad para el entendimiento de los fenómenos de la vida. Pero una minúscula proporción de los seres humanos tienen la capacidad de convertir las adversidades en razones para crecer y alcanzar un estado postrero mejor que el primero.

Tener problemas es una cosa, hacer un drama de ello es muy distinto. Convertirlos en “energía” es una tarea que transforma positivamente la vida.

Twitter: @NavaCondarco

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