Saber disfrutar una buena ducha puede cambiar el mundo

Disfrutar una buena ducha no parece algo trascendente, sin embargo es un evento que explica muy bien algunas de las realidades más complejas que vive la humanidad. Así están las cosas. Es casi increíble. Un hecho que parece tan banal (y que no lo es en absoluto), puede ilustrar el entendimiento.

Hay que partir, en primer lugar, de algunos datos elocuentes:

Sólo un poco más de la mitad de la población de la tierra (4200 millones de personas), puede utilizar servicios de agua potable gestionados de manera segura.

Si usted se encuentra entre ellos, puede sentirse genuinamente afortunado. Este beneficio que parece trivial, no lo conoce gran parte de la población mundial. 361.000 niños menores de 5 años mueren cada año a causa de la diarrea. El saneamiento deficiente y el agua contaminada están relacionados con la transmisión de enfermedades como el cólera, la disentería, la hepatitis A y la fiebre tifoidea.

Por otra parte, muchas personas de ésa mitad de la población mundial, no puede pagar fácilmente el acceso al agua potable. Estos servicios se encuentran esencialmente concentrados en centros urbanos, y en tanto mayor es la distancia de ése “centro”, más alto el costo de acceso.

Ahora bien, hay otro factor a tomar en cuenta. La existencia de agua potable no quiere decir que se encuentre al alcance de la mano. Tenerla disponible en la comodidad de un baño doméstico es un lujo que conocen pocos.

Disfrutar de una buena ducha involucra inversiones significativas, de hecho la posibilidad de contar con una casa bien dispuesta. Más del 60% de la población mundial carece de un retrete, no se diga una ducha.

Si las estadísticas son penosas respecto al acceso de agua potable, servicios básicos a costos razonables y disposición de ellos en el hogar, ¡cuánto más el hecho de contar con agua caliente! Esto ya debe considerarse un verdadero privilegio.

Calentar el agua demanda energía, y ésta tiene un elevado costo en todo el mundo. Para ésos millones de seres que apenas se desenvuelven con los favores que otorga la naturaleza, visualizar un hogar donde pueda regularse a voluntad el uso de agua caliente, es casi un sueño.

Disfrutar de una buena ducha con agua tibia, es algo completamente extraordinario en este planeta.

Según hipótesis que manejan estudiosos del medio ambiente, dentro de 50 años un tercio de la población mundial podría vivir en áreas tan calurosas como lo son ahora los puntos más cálidos del Sáhara (si las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando). Pero por el momento, la mayoría de la población está concentrada en regiones cuya temperatura media anual está entre los 11 y los 15 grados centígrados.

Disfrutar de una buena ducha de agua tibia en medio de ésas temperaturas, o de las estaciones invernales, no es moneda corriente.

Desde tiempos que se remontan al antiguo Egipto y al poderoso imperio romano, los baños de agua caliente se han asociado a privilegio y riqueza. Y en buena parte, ¡esto sigue siendo así hoy mismo!

Ahora bien, no es reprochable que mucha gente desconozca estos hechos y por lo mismo quite valor a los beneficios que goza.  El verdadero drama radica en que esos pocos afortunados se sienten, en muchos casos, los seres más desdichados que pisan la tierra.

Una gran parte de la gente que puede darse una buena ducha con agua tibia, piensa en cualquier cosa el momento que la está tomando y desperdicia la experiencia. Es más, casi nunca está sola mientras se baña, porque allí la acompaña el jefe, los clientes, el socio, los acreedores, el ejecutivo del Banco, etc.

Esos minutos bajo la regadera, que bien podrían activar la conciencia sobre el privilegio y el placer de sentir el agua en el cuerpo, se invierten en alimentar ansiedad o desasosiego. Muchos dirán, incluso, que el momento les sirve para activar ideas y soluciones a los problemas que enfrentan.

Pues bien, en ello no radica el valor de un acto tan precioso.

Y es que debe admitirse algo: gran parte de la humanidad es sencillamente adicta a la vorágine en la que se desenvuelve su vida. Posiblemente no lo sabe o lo niega, pero finalmente encuentra cierto placer en la tribulación que la ha engullido.

No se puede negar, el adicto encuentra bienestar en el hecho o acto que lo consume. Se encuentra atado a él. La dopamina riega su sistema por el tiempo exacto que tiene la experiencia y luego todo se revierte hasta un punto inferior al de partida. Por eso necesita cada vez mayor intensidad y se sumerge en la espiral de la dependencia.

El neurocientífico estadounidense Andrew Huberman lo explica bien: “la adicción es producto de la reducción progresiva de cosas que provocan placer”. ¿Y el remedio?, pues lógico: “expandir las cosas que provocan placer considerando siempre la motivación en el proceso y el trabajo esforzado”.

Las personas están desarrollando una peligrosa adicción a las maneras disfuncionales en las que viven. Son incapaces de expandir las cosas que les provoquen sano placer y bienestar.

Levantarse de la cama luego de una noche de sueño placentero (que también es cada vez menos frecuente), caminar unos pasos para disfrutar de una buena ducha de agua tibia, es un acto revolucionario para con la vida. No es poco. Constituye, simplemente, una representación de la forma en que debe entenderse la existencia.

Ahora bien, el desafío es precisamente ése: disfrutar. Encontrar placer en esos “actos pequeños”. En muchos de ellos. Allí se encuentra la respuesta al intimidante misterio de vivir. Es evidente que ésas “pequeñas cosas” no tienen nada que pueda considerarse despreciable. Contar con agua tibia en la ducha no es una nimiedad, como tampoco lo es gozar de buena salud o ser objeto del amor de alguien.

Muchos dirán que éstas son afirmaciones que se acercan a la poesía. Y está bien. Hay que ser ingenuo para no entender cómo está funcionando el mundo. La “necesidad” y la lógica de la “supervivencia” son poderosos argumentos. Echan raíz hasta convertirse en justificaciones.

Pero eso no quiere decir que correspondan con la verdad.

La vida es en realidad simple, pero “saber vivir” es uno de los oficios más complicados que existe.

Cuando se aprenda a disfrutar una buena ducha, cambiará el mundo. ¡Seguro!

Twitter: @NavaCondarco

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