¡Victoria o nada! No existe sustituto para la victoria

No existe sustituto para la victoria. Esta es la consideración que activa todo el potencial que tienen las personas. Cuando la mente entiende que solo existe una opción, enfoca todo el poder en el objetivo. Esa fuerza es la mejor garantía para alcanzar lo que se quiere. Con ella se conquistan cumbres que no le están reservadas al espíritu pusilánime.

Era el general americano Douglas MacArthur quién afirmaba que “no existe sustituto para la victoria”. Y lo decía justamente cuando debía tomar las decisiones más difíciles y superar grandes riesgos.

Cuando la lógica de “victoria o nada” se aplica a quehaceres menos dramáticos, el poder que tiene lleva a distinción y progreso. La victoria es única e insustituible. Y a ella deben conducir todos los esfuerzos de quién se propone alcanzar sus objetivos.

En el mundo de la Estrategia (que es un ámbito común a todas las actividades que desarrolla el hombre), existe un Principio Estratégico que demanda “hacer de la victoria la única opción”. La Estrategia no reconoce “medios triunfos o medias derrotas”, se mueve en la dicotomía de la victoria o el fracaso. Para ello existe, y así desarrolla su doctrina y sus principios.

La victoria no es, sin embargo, solo un objetivo o el resumen de ciertos procesos, es principalmente un estado mental que condiciona las acciones de las personas. La victoria es un móvil que echa raíz en los entramados mentales y desde allí define actitudes. Toma forma en la imaginación antes de convertirse en una realidad concreta.

Las personas cometen el error de considerar la victoria una de las opciones que existe como consecuencia de aquello que hacen. Y cuando piensan de ésa manera debilitan el proceso, porque finalmente son las definiciones mentales las que determinan la realidad que se construye.

Cuando en la mente queda fija la premisa de “no existe sustituto para la victoria”, el hombre alcanza todo el potencial que tiene.

Brota en él plenitud de carácter, imaginación y creatividad. Así se da cuenta del tamaño que tiene, de la vasta capacidad que posee. Del reservorio de “adrenalina mental” del que está dotado desde que llega a este mundo.

Pocas personas viven al nivel de todo el potencial que tienen. Ello solo se consigue cuando se decide hacer de la victoria la única opción. Cuando se internaliza el hecho que no existe sustituto para la victoria.

Victor Frankl decía que si las personas tienen claro el por qué, el cómo aparece de una u otra manera. Y cuando el motivo se traduce en un “porque no existe otra opción”, las formas de conseguir la victoria emergen desde la profundidad donde todas las posibilidades se mantienen disponibles.

El hombre alcanza las fronteras de su mayor potencial cuando se encuentra sometido a condiciones difíciles para vivir o alcanzar los objetivos que se ha propuesto. La relación es directa. En tanto más compleja la situación, mayor la capacidad que encuentra para responder.

En situaciones de “normalidad”, las personas tienen rendimientos menores. Como si el Ser entendiera que puede dosificar su desenvolvimiento. Por lo tanto, si las condiciones son las “habituales”, las personas se desenvuelven haciendo uso limitado de su potencial.

Afirmar que mucha gente deja este mundo sin haber invertido en él todo su potencial, es algo incuestionable. Pocos alcanzan plenitud en ése sentido.

Esto no es lo mismo que hablar de felicidad o éxito (cualquiera que fuese su interpretación). Se trata de haber rendido en esta vida al nivel de la “capacidad instalada” con la que se llegó. De haber entregado todo lo que se podía, y haber sido productivo al más alto nivel.

Detrás de esto se encuentra el progreso del hombre como individuo y especie.

Muchas personas buscan rendir al nivel de todo su potencial por decisión propia, y otros porque los eventos en la vida los fuerzan a ello. En ambos casos la condición esencial está relacionada a la dificultad de las situaciones que se enfrentan. Ésa es la razón fundamental por la que se alcanzan los mayores y mejores rendimientos.

El progreso de la humanidad se explica por episodios en los que el hombre supera condiciones adversas. Sin dificultad no existe progreso.

Todo lo que existe es testimonio de pruebas superadas: la casa que se habita, el ascensor de un edificio, el automóvil, el equipo de aire acondicionado o el teléfono móvil. Todas son muestras de progreso, y representan la victoria del hombre sobre la dificultad. La materialización concreta de su potencial innovador y creativo.

No todos los hombres tienen el mismo potencial, eso es seguro, ni todos los potenciales humanos apuntan a lo mismo.

Existen los hombres “extraordinarios” por razones de origen o modelos de vida: los genios, los dotados, los virtuosos, los “diferentes”. Y existen aquellos de la moda estadística: las personas promedio. Los hay de los unos y los otros. Pero más allá de ésa evidencia, existe un hecho mayor: son MUY POCOS aquellos que, extraordinarios o no, alcanzan los límites del potencial que poseen para producir, crear, pensar, vivir…

La mayoría de las personas elige condiciones cómodas para desenvolverse en la vida. Privilegia seguridad sobre libertad, lo previsible sobre lo que promete.

Busca satisfacción inmediata, recompensa fácil. Si estas cosas están al alcance, las toma con naturalidad, como si en ello interviniera una lógica elemental: ¿Quién escoge el camino difícil si el fácil se encuentra a disposición?

Por otra parte, si finalmente se ve obligado u opta por el camino difícil (en la suposición correcta que son estos caminos los que más prometen), toma todas las precauciones que están a su alcance. Habilita cursos opcionales de acción para enfrentar las contingencias y evitar una caída o un fracaso muy grande. Previsiones, provisiones, seguros, etc. Activa el concepto tan mentado del “plan B” y todo cuanto le es posible para tener una “salida de emergencia”.

A tal punto lleva las precauciones, que es mayor el enfoque que le dedica a la probable contingencia que al objetivo principal. Y no se da cuenta que con ello automáticamente reduce la posibilidad de poner en práctica todo su potencial.

No se trata, por supuesto, de encarar los asuntos sin precaución o sin planes alternativos. El tema radica en que el enfoque mental no esté dirigido a ello (a la dificultad o a la previsión). Y más bien se concentre en el objetivo que se quiere alcanzar, con todas las dificultades que ello involucra. Así se materializa el díctamen de que no existe sustituto para la victoria.

Esto es tan sencillo como ponerse a pensar en el grado de concentración y habilidades que tiene el trapecista que decide trabajar sin red de seguridad. Consciente del peligro, éste hombre debe desarrollarse hasta el máximo de su potencial. Por lo menos hasta un punto que se encuentra más allá del que alcanzaría sabiendo que posee “algo” que lo salvará de una contingencia mayor.

Se dirá que esta lógica linda con la irresponsabilidad, pero con ser un ejemplo, la historia es real en muchos espectáculos del mundo. Y tendría que ser  muestra ilustrativa de cómo se pueden alcanzar las fronteras del potencial que cada quien posee.

Para la mayoría, los episodios que se enfrentan en la vida, no tienen la disyuntiva de vida o muerte. Más bien se encuentran en el otro extremo, ése en el que se busca toda comodidad y poco riesgo.

Se necesita ser un poco más como el trapecista y menos como “el resto de la gente”. Detrás de ése trapecista no solo hay aptitud y habilidad, hay práctica, disciplina, sacrificio y una actitud sustentada en el deseo de permanente superación. El trapecista vive su vida profesional al límite del potencial que tiene, y por ello conduce su propio arte a fronteras desconocidas para el resto.

Y no es de esos pocos que la naturaleza “elige”, es solo un hombre que desea realizarse en toda la extensión de la capacidad que posee. El entiende que no existe sustituto para la victoria. Por eso lleva sus habilidades hasta el límite. Opta por el camino difícil y asume la premisa de hacer de la victoria su única opción.

Es muy diferente plantearse la opción de la victoria que hacer de la victoria la única opción. Cuando la victoria es una opción se orientan esfuerzos y recursos para alcanzarla. Pero cuando se trata de victoria o nada, la “orientación” se transforma en ENFOQUE y concentración.

De esto enseña mucho la historia del hombre, especialmente aquella de sus conflictos mayores.

¿Cómo enfrentó la batalla aquel ejército al que se le dijo que se quemaban las naves y el único retorno a casa pasaba por la derrota del enemigo? ¿Cómo peleó el soldado que sabía que tras su derrota lo esperaba la muerte. O aquel que planteó batalla en las puertas de su casa defendiendo a los suyos? Situaciones límite, personas y grupos convocados a poner en práctica al máximo nivel sus habilidades. En estos casos no existe sustituto para la victoria.

Otro ejemplo es la historia de la misión espacial Apolo XIII. Epopeya de hombres obligados a hacer lo extraordinario para salvar una tripulación perdida en el espacio. Bitácora de imaginación, creatividad, coraje y confianza en la capacidad propia. Victoria o nada.

Lo dijo Frankl: cuando existe un por qué, surge el cómo.

Y cuando el por qué es simplemente “porque no queda otra opción”, surgen todas las formas de resolver el asunto y alcanzar la victoria.

Las personas que quieren alcanzar una meta diferente, un destino distinto, están obligadas a tomar el “camino difícil”. No aquel que toma todo el mundo.

En la ruta “desconocida” y pedregosa se encuentran siempre las mejores recompensas, justamente porque son sendas que no elige cualquiera.

Estos caminos se toman sin consideración específica de “rutas de escape”. Se abordan con coraje y visión enfocada en la meta, en el destino.

Las dificultades del camino solo refuerzan la energía, galvanizan el carácter y pulen la voluntad. La victoria está al frente, nunca atrás, ni a derecha o izquierda. Solo al frente, allá donde se encuentra anclada la otra punta del cable que pisa el trapecista en las alturas. No sirve mirar abajo y tomar consciencia del peligro. Ello solo aumenta la posibilidad del fracaso. Porque el vacío provoca temor y todos los hombres, incluidos aquellos de gran carácter lo padecen. Y al miedo es mejor no darle nunca una oportunidad, menos aún servirle mesa.

La mirada al frente, enfocada en el objetivo. El plan B “no existe”, “no queda alternativa”. Las naves han sido quemadas. No existe sustituto oara la victoria. ¡Victoria o nada!

¡En ésa situación emerge todo el potencial del hombre!

Allí se ve la madera de la que está hecho. Y allí, precisamente allí, éste hombre se distingue de los demás. Se hace diferente, se hace mayor, más grande.

No por su valentía, o lo que muchos llamarán osadía irresponsable, solamente porque llegó a su máxima estatura. Aquella con la que vino “de fábrica”, pero que nunca alcanzó por navegar en aguas mansas.

El hombre es un ser diseñado para triunfar. Llegó dotado para gobernar la naturaleza, para someter la adversidad y alcanzar proezas que le están privadas a otras formas de vida.

Está hecho para vencer desafíos y habitar cumbres.

Todo hombre forma parte de ésta casta. La que develó los misterios de la electricidad e hizo posible el viaje a otros mundos. No existen los hombres de “sangre azul” o “mente privilegiada”. Solo hay aquellos que consideran la victoria una alternativa y los que entienden que para ella no hay sustituto. Los que buscan la comodidad de la sombra que otorga el árbol y los que se suben a la copa para tener mejor visión del horizonte que consideran propio.

El hombre no es pequeño por naturaleza, elige serlo. Y ése es con seguridad, su único pecado original.

No existe sustituto para la victoria. Esta es la premisa de los que dejan huella por donde caminan, y escapan así, a la triste comodidad del anonimato.

Twitter: @NavaCondarco

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