Existe un argumento importante para afirmar que la “Zona de Confort” es uno de los enemigos más importantes que tiene la especie humana: si el criterio de vivir en ella hubiera guiado a la humanidad, ésta seguiría refugiada en las “cómodas” cavernas del comienzo de la historia.
Hay la tendencia de referirse a la “Zona de Confort” como algo “bastante natural pero poco aconsejable”, y esto es peligroso.
La “Zona de Confort” es uno de los males más serios que acontece al hombre. Lo debilita, le priva de perspectiva y anula su potencial para ser agente de cambio y constructor propositivo de su realidad.
Quién desarrolla su vida en la estrechez de su “Zona de Confort” adopta una actitud parasitaria que castiga el desenvolvimiento y bienestar de los demás.
No forma parte de la naturaleza del ser humano ser cómodo y refugiarse en las fronteras de lo previsible. ¡Todo lo contrario! Su esencia es la de un ser de conquista, que desafía, explora lo desconocido, alcanza conocimiento, identifica, vence sus temores y establece soberanía allá por donde va.
Se suele pensar que el mundo es producto de hombres grandes que tuvieron sueños y los hicieron realidad. Seres que inventaron lo que no pudieron descubrir y volvieron sinónimos los conceptos de visión y realidad. La verdad, sin embargo, es que el mundo ha sido construido por personas simplemente fieles a su naturaleza. Porque el hombre es grande por esencia, y mora en este planeta para establecer señorío.
Existen los grandes hombres, por supuesto. Pero los hay como producto de que todos los demás se hacen pequeños.
Esta realidad esconde un drama poco trivial, dado que en escasas espaldas se deja la responsabilidad del futuro. La Zona de Confort genera un escenario en el que pocos hacen y muchos esperan en el refugio de la comodidad. Sociedades de escasos proponentes y múltiples espectadores.
No es suficiente ser “crítico” con los reticentes a tomar riesgos, emprender, desafiar límites e imposibilidades. Es necesario demandarles que asuman el rol que la naturaleza les ha asignado. Exigirles que tomen responsabilidad con su vida de forma consistente con el interés universal. La Zona de Confort no puede existir como premisa existencial. La vida demanda que cada quien invierta en ella sus mejores recursos.
La Zona de Confort es una plataforma mental que forma seres humanos débiles, carentes. Incapaces de asumir responsabilidad sobre su destino y especialistas en demandar de los demás.
Son más los que piden que aquellos que dan. Numerosos los que se creen llenos de derechos y pocos los que entienden que están obligados a ser, como una obligación hacia los demás. Las personas que se refugian en su Zona de Confort piensan que no le hacen mal a nadie, pero pecan por omisión. Efectivamente no fallan por comisión, dado que acción es lo que se les reclama y lo que no dan.
Es mucho mejor sacar cuentas con personas que se equivocan continuamente en el afán de hacer, que con aquellas que omiten la acción precisamente por temor a equivocarse.
A medida que pasa el tiempo y los favores del progreso alcanzan a todos, es más numerosa la gente que desarrolla su vida en Zona de Confort. Cada vez hay más personas adversas al riesgo y temerosas de sacar un pié fuera del espacio que ocupan. Ajenos a la dinámica natural de la vida. Millones que básicamente esperan desde “el refugio” que las cosas no cambien, o que lo hagan para su beneficio. Cientos de millones que hacen poco y demandan mucho.
Mediocres quienes construyen un altar de su Zona de Confort. Por mucho que se consideren personas honestas y trabajadoras.
En este caso tendría que hacerse un análisis moral más profundo de lo que debe entenderse por honestidad y trabajo. En el “contexto mayor”, no puede ser honesta una persona pasiva y de aporte neutro. Tampoco puede aceptarse su trabajo como productivo si esencialmente no alcanza los límites de su potencial.
Existe un acercamiento distorsionado a la ética del trabajo cuando éste se asocia con la intensidad, el esfuerzo y el tiempo. Mientras más “trabaje” alguien y mayor tiempo invierta en ello, tanto mejor. Al menos según la métrica de los que calculan el trabajo en “caballos de fuerza”.
Cuando alguien se atreve a decir que “más trabajo” no necesariamente representa más productividad o mejor beneficio, emergen argumentos variopintos a favor del trabajo al estilo egipcio. Airados levantan la voz cuando se mencionan los índices de desempleo, o cuando existen indicios de alguna tecnología que puede reducir el uso de “mano de obra”.
Ignoran que esto es como pelear contra molinos de viento. Puesto que la transformación de la demanda de trabajo es una dinámica natural del desenvolvimiento económico. No se dan cuenta que contar con máquinas que sustituyan labores que el hombre realiza con mucho esfuerzo, es parte del sano progreso.
Es habitual que las personas que desarrollan su vida en Zona de Confort critiquen airadas todo esto mientras manipulan su teléfono inteligente o disfrutan de la calefacción central de sus hogares.
No entienden que sus propias “comodidades” son producto de ésa dinámica que provoca desempleo y cambio en las cadenas de producción. Que el progreso que demandan desde la “placidez”, tiene un costo que alguien debe pagar.
Prefieren asumir que las “incomodidades” y los problemas son producto de “malos gobernantes”, de sistemas injustos, o en esencia de “alguien más”, de “algún otro”. No entienden que el mal gobierno, la corrupción, el desempleo y la pobreza, son también una consecuencia de su pasividad. De ésa actitud de ver pasar la vida detrás de un cristal que otorga falsa seguridad.
No comprenden que es difícil sostener un sistema “cómodo” de vida cuando son pocos los que proponen, arriesgan, exploran y conquistan. En tanto que muchos los que esperan y reclaman.
No es que las personas que viven en su Zona de Confort sean ociosos. El tema de fondo está relacionado con el aporte. El ser humano está dotado de un potencial mucho mayor al que se explota desde la Zona de Confort. Y es un imperativo moral que éste potencial se realice.
Así como no aplica que un tigre viva en casa como un gato doméstico, tampoco puede el hombre desarrollar su vida sin perfeccionar el potencial que tiene. No es admisible que ése “tigre doméstico” se limite a esperar que sus congéneres trabajen afuera mientras él “cuida” la casa.
Es posible que muchos no sean conscientes que viven en Zona de Confort, o lean estas líneas como una “referencia a su vecino”. Pero la determinación del asunto es simple:
“Vive en Zona de Confort todo aquel que por diferentes motivos ha dejado de luchar por lo que soñó o anheló en algún momento de su vida”
¡Así de sencillo! Puesto que aquel que lucha por alcanzar lo que anhela, explota su potencial. Y así se inscribe entre los que crean y no solo entre quienes demandan.
¡Otra cosa es que finalmente se alcancen los sueños o se cumplan las visiones! Eso carece de importancia en la ecuación final. El camino y su tránsito son los que califican la campaña, no necesariamente la estación de destino.
La vida es un asunto cualitativo. Un tema de calidad, no de cantidad. Desde el momento que el hombre tiene reservados pocos años de vida, ¿dónde ingresa la calificación de las cosas desde la óptica cuantitativa?
El hombre que no vive en Zona de Confort, conoce mucho más la derrota, la pérdida, el desaliento y la frustración, ¡por supuesto! Pero está dispuesto a pagar el costo con la misma naturalidad que aquel que desea fervientemente comprar algo y lo consigue a buen precio. Sabe que lo mejor de la vida es lo que más cuesta. Y por ello no ve lo gravoso de las cosas, más aprecia su valor.
Estas personas tienen la convicción que las pérdidas deben asumirse como la ofrenda que premia acciones e ideas. El costo del amor por los sueños, la coherencia con la sana ambición y la solidaridad con el esfuerzo.
Se comete un error al asumir que la Zona de Confort es una curiosidad que afecta a ciertas personas, u oportunidad para aquellos que no la comparten. Es un asunto más serio. Es algo que está socavando las capacidades humanas. Debilitando la especie y sus posibilidades.
Si la lógica de la Zona de Confort hubiera coexistido desde siempre con el hombre, ¿se habría conseguido salir de las cavernas? ¿Existirían los beneficios que hoy se disfrutan?
Y para los que todavía cuestionan el progreso y afirman que a él se debe también la contaminación del ambiente, el hambre, la enfermedad y la delincuencia, será bueno invitarlos a imaginar si hubiese sido mejor permanecer en la comodidad de ésas cavernas.
No existe elemento más representativo de la Zona de Confort que esos sistemas gigantes que sustentan los Estados de Bienestar en muchos lugares del mundo. O los proyectos políticos que ofrecen solidaridad tras el oscuro intento de “igualar hacia abajo” ¡Ésas proclamas de equidad social que solo se sirven de la esperanza del hombre ingenuo o la picardía de quien espera que otros le resuelvan sus problemas! Esos intentos se fundamenten en la debilidad del hombre o su eventual incapacidad para adueñarse de su destino.
Tampoco se trata de convocar al superhombre nietzschano o establecer la “ley del más fuerte”, por si alguno ya interpreta que la crítica a la Zona de Confort carece de empatía o proviene de hombres “privilegiados”.
Esta es una convocatoria humilde al potencial que todo hombre tiene.
Es muestra de convicción sobre sus inmensas posibilidades y capacidad. Una reafirmación del creer en todo lo que sí puede hacerse y no en las limitaciones.
Posiblemente, la afirmación más inmoral que alguna vez se ha oído, es aquella que expresa que el orden que tienen las cosas “finalmente no está tan mal”. Porque, “¿quién remaría en el barco si todos fuesen capitanes? O, ¿quién pondría el músculo si todos fuesen cerebro?. O, ¿quien cargaría las piedras si todos estuviesen soñando en alcanzar su potencial en la vida?”
¡Nada más pobre que pensar así!
Puesto que si fuese cuestión de músculo o laboriosidad, la providencia se hubiera portado mezquina con el ser humano. Porque no le ha dotado con ninguna ventaja sobre otras criaturas de la naturaleza. Sin embargo sí le ha otorgado, como a nadie, la capacidad de soñar. Y un cerebro que le puede permitir conquistar otros mundos.