Tomar decisiones es complejo, en general. Tomar decisiones difíciles debiera serlo mucho más, ¿o no?
La respuesta es no, aunque parezca extraño.
Hay un factor importante que establece la diferencia: el sentido de urgencia. La mayor parte de las decisiones difíciles no están asociadas a lo importante, más bien a lo urgente.
Es posible que las personas no reconozcan, en general, estas sutilezas, pero hacerlo permite hallar ventajas y beneficios. Decisiones se toman cada minuto, toda la vida, sobre asuntos de menor y mayor trascendencia. Pero algunas de ellas tienen el tiempo como factor imperativo.
Es correcto asumir que toda decisión se enfrenta siempre a consideraciones de tiempo. Pero cuando éste es imperativo surge el factor de urgencia, y allí se presentan las definiciones de alta dificultad.
¿Por qué es, en general, más sencillo tomar éstas decisiones? Fundamentalmente porque “cualquier” definición que se tome en esos casos es mejor que el estado de indecisión. El peor escenario en estas situaciones es no tomar una decisión.
Las que se podrían calificar como “decisiones importantes” tienen otro nivel de dificultad. Esencialmente porque pueden contar con el tiempo a favor, y en ése sentido están habilitados todos los recursos de análisis. El proceso de ponderar opciones y consecuencias en un tema importante es dificultoso, pero no en la lógica de aquellos que tienen un tiempo perentorio para ejecutarse.
La urgencia es el factor diferenciador entre decisiones importantes y difíciles.
¿Se puede entender que existen decisiones importantes que simultáneamente son urgentes?
Si éste es el caso, el factor de urgencia prevalece sobre lo demás, y se trata de una decisión difícil.
Este es un Decálogo que puede ayudar en el proceso de abordar estas resoluciones: